A de Alerta spoiler.

B de Berta Cáceres.

C de “cómeme el  donut”.

D de digital.

E de esporas y de Estrellitas.

F de Fenomenal.

Durante esta pandemia del coronavirus han pasado cosas fascinantes. Se piensa mucho en dos años. Por ejemplo, Cristina Morano ha pensado como Rosalía –como tantas- aquello de “Yo soy muy mía, yo me transformo” y ha escrito una novela cuyo epígrafe es, sin embargo, un verso de Sylvia Plath, porque a Cristina Morano en realidad no le interesa la música de Rosalía. El verso en cuestión dice: “Madre, apártate de mi patio, estoy transformándome”.

Así ha sido, la poeta se ha transformando en novelista sin dejarse en la metamorfosis el lirismo profundo y rebelde que nos enamoraba en sus poemarios anteriores. Las novias (editorial InLimbo) es un relato de adolescentes en el que Trinidad Segura (aka la Tante) nos cuenta cómo fue que ella y sus amigos los pringados del instituto se pasaron de listos y se metieron en problemas. Una gamer, friki del dibujo plana como una estantería. Un buen chico responsable y sincero que no termina de desarrollarse. Una gótica bastante bruta con tabaquismo y sobrepeso. Metamorfosis, granos, embarazos no deseados, pelos, apuestas y dolor de ovarios. Qué típico, dirás. Eso parece mientras lees los primeros capítulos, que nos dan el retrato de una niña de catorce años con el pavo subido. Pero el cambio adolescente no se queda en la búsqueda de los primeros sujetadores o las broncas con los padres, sino que se aborda de un modo totalizador. La transformación física y psicológica de los estudiantes funciona como la piedra de toque de una sociedad tan perdida como los propios alumnos del Instituto Berta Cáceres (Instituto público con nombre de activista ecologista asesinada, por si te gustan los universos paralelos y la fantasía).

Cristina Morano (LaVerdad)

Cristina Morano (LaVerdad)

Se diría que cualquier comparación con Motomami (el disco de Rosalía que también acaba de salir esta primavera) es un disparate, o que los perfiles de la escritora y la cantante no pueden ser más opuestos en términos artísticos, mediáticos y comerciales. Y sería verdad. Sin embargo, más allá de lo evidente, hay aspectos que hermanan las dos obras de ficción ya desde las meras cuestiones formales. Motomami y Las novias son dos mezclas enloquecidas en las que no se acaba de tener claro hasta el final qué producto artístico tenemos entre manos. Tanto el disco como la novela juegan a la ruleta de los géneros hibridados. Uno salta entre bulerías, reggaetones, baladas, sambas y boleros. Otra comienza con un costumbrismo lleno de crítica social que muta de repente al policial, al terror, al esperpento y a la novela fantástica. En ambos hay referencias musicales y cinematográficas por todas partes, y los giros no dejan de subir la apuesta cuando pensabas que ya no podías sorprenderte más.

Es el signo de los tiempos. Puedes sacar a una chica de Internet, pero no puedes sacar Internet de una chica. El disco de Rosalía es como pillarle el móvil a la Motomami y cotillear: las publicaciones de photocall, el audio de la abuela, los videos guarros al crush. El mismo móvil que Trinidad y sus amigos llevan siempre en la mano. Las relaciones del grupo se establecen a ojos del mundo, de los profesores, de los padres que se dan por contentos si cumplen el horario y vacían los platos tres veces al día; pero de forma subterránea vemos las dinámicas de los chats, la publicación de sus retos, los encuentros en las partidas online. La identificación con el aparato es tal que la protagonista llega a decir: “(…) la máquina que sostenemos en la mano nos completa. Esta es mi parte de plástico y coltán, igual que mi estómago es mi parte de carne”. Internet es el sitio al que huir porque allí puedes diseñar tu avatar y elegir tu cuerpo, tus armas. Allí es donde se puede ir tan rápido como exige la mente adolescente. Velocidad. Vértigo. Los chats vibran en una catarata de mensajes. La pandilla se mueve deprisa, como un enjambre. El verbo zumbar aparece en todos los capítulos, muchas veces.

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Más allá de lo formal, las dos autoras levantan un mismo tipo de voz femenina para contar una historia. La cantante de éxito a la que le cambia la vida y la adolescente a la que le cambia el cuerpo. Las dos buscan hacerse un sitio a codazos, un sitio a la contra de lo que se espera de ellas:

No me enamoro de nadie, jurao, como un G. –dice la popstar.

-¿El gilipollas ese? Follamos una vez en la puta calle. Ni siquiera me acordaba –dice la estudiante.

 

Ni una gota de romance ¿No era este el asunto femenino? Pues otra vez no. Las chicas tienen más cosas en la cabeza, y algunas no están bien vistas.

Y aunque a mí me maldigan a mis espaldas…–canta la Motomami.

Como si me importara –contesta Trini continuamente.

 

Pero sexo sí que hay, y en eso también coinciden:

Te quiero ride como a mi bike.

-En las webs de porno había un montón de maneras de montárselo con un tío. Y a mí solo me gustaban las de ponerme encima.

 

Luego, hay codazos y codazos. Mientras los de Motomami son la cara A del asunto, los codazos que salen bien; los de Trinidad tienen unas consecuencias desastrosas. Pero las dos dan los suyos diciendo lo mismo:

Yo no soy la secretaria de nadie –repite Tini.

Yo no voy y ni vi´a ser tu bizcochito-advierte la Motomami.

 

Las dos voces son conscientes del salto al vacío que suponen las transformaciones cuando van más allá de las aceptadas (que te salgan tetas), pero a ninguna de las dos les importa eso si el salto es voluntad suya. Se acepta el riesgo y se acepta el error:

Y si me rompo con esto, pues me romperé, ¿y qué? –canta la cantante.

Dejadnos puto arruinar nuestra vida a nuestra puta manera  -adolece la adolescente.

 

Y al mirar atrás las dos celebran lo mismo: poder haber decidido y que nadie más se culpe de su desgracia ni se apropie de su éxito. En una palabra, la emancipación.

Hice lo que me dio la gana, soy fiel a mí misma, a ese momento de voluntad mía –le dice Trini al periodista.

Yo no tuve que hacer naíta que yo no quisiera, aunque ahora nadie lo ve –canta la otra por bulerías.

 

La Motomami en la cumbre presume de ello:

Un billete, dos billetes, una tienda de billetes.

 Trinidad, metida de cabeza en una mafia de apuestas ilegales, también se chulea cuando los negocios le están saliendo bien:

Os invito a lo que queráis –dice la primera vez que las manos se le llenan de dinero.

Una, en Nueva York visitando a su joyero. Otra, en un salón de apuestas asqueroso. Las dos con público entregado y las dos creyéndose “la pámpara”.

Pero que no se alarme nadie. Cristina Morano no ha escrito ninguna oda a los billetes, sino más bien a que todos tengan los que les corresponden, dado que -en fin- los billetes compran casas y comida. La denuncia de la crueldad capitalista es una constante en la novela. La tiranía del mercado, la explotación de quien pone el cuerpo y la injusticia con quienes tienen que arreglar todo lo que rompe el amor por el dinero también están presentes. El mercado se acepta como imposible de esquivar, incluso en esa edad que debería ser el colmo del idealismo. La protagonista de Las novias es una niña que se ha visto malota y se ha gustado, que ha experimentado las primeras tentaciones del ego y que está dispuesta a hacer lo que sea para tener más. Y se vende porque hay compradores:

Me superas, tía. Mierda pura. Fatal– se queja la Txarra cuando ve los vuelos de su amiga.

Ya no sé quién eres, diablo –le dice una voz distorsionada a la motomami famosa.

 

En la reivindicación del yo frente al mundo también vemos esa condena femenina de la obsesión por la imagen. La estética como forma de autoafirmación convive con la conciencia de que el resto del mundo te vigila y te juzga. La primera se expresa en la novela a través de la ropa (“me visto de cualquier manera” canta la Motomami): camisetas DIY o la camisa del uniforme del padre para asistir a la fiesta del año. Por supuesto que la Trini  tiene trastornos de la alimentación con los que pretende controlar su vida a través del control de su cuerpo. Pero Cristina Morano es poeta y no se queda en ese tópico de la adolescente sufriente en el espejo que grita contra el mundo cargada de razones puras. La poesía no miente, y queda mucho de poesía en esta mutación narrativa de la autora de Las novias. Estas chicas de la ESO vienen con todos los extras y no se ha escatimado en complejidades: son temerarias, condescendientes, manipuladoras y crueles. También son tiernas e incluso cómicas en su ignorancia terca y en su chulería de sujetador recién estrenado.

Y la transformación no es sólo física, también se definen la identidad y el bando:

-“Siempre juntas” –juran las amigas al ritmo de Las Chillers.

Yo elegí mi lado desde el día en que nací –recita la otra junto a su coro- Tarará- tarará-ta-tá.

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Trini dibuja muy bien y ese talento le da un rol que la identifica dentro del grupo y que usa como instrumento de poder. Aquí también el arte se pervierte para conseguir un estatus, porque en el universo púber de Las novias los personajes se rebelan contra el mundo adulto al que están naciendo y que perciben en toda su hipocresía, pero tampoco se les ocurre otra manera de actuar que reproducir los errores que detestan. Porque equivocarse es la única manera de aprender.

En uno de los giros de la novela, la protagonista sufre la gran mutación y el relato entra sin frenos en el terreno de lo fantástico. Curiosamente, esto da lugar a las escenas más terroríficas, pero no tanto por los detalles del parásito, sino porque las secuelas de la protagonista son la suma de los miedos de cualquiera. Depender, perder la libertad y condenar tu vida a la voluntad de otros; sin que sea una fase, sin que lo cure el tiempo. La felicidad de una familia es tan sólida como el sentido común o la suerte de sus adolescentes. A los padres sólo les queda cruzar los dedos y esperar. Por eso el libro los presenta tan perdidos, tan incapaces de comunicarse con su descendencia.

Ya sé que a Cristina Morano no le interesa mucho la música de Rosalía, pero estoy convencida de que Trinidad se volvería loca cantando Bizcochito o Saoko en la fiesta de cumpleaños de la Reco, tarareando el estribillo a gritos con sus amigas entre la canción de las Chillers y la de Marcelo Criminal, vestida con la camisa de autobusero de su padre porque “Fuck el stylist”.

Todas hemos sido la Trini borracha de ego y de cervezas, pensándose la mejor. A todos nos han camelado cuatro piropos de la boca adecuada. Todos nos creemos lo que queremos escuchar y hemos sentido euforia con algo más de dinero en la mano. A quien diga que una voz femenina de catorce años no le interpela, a quien os hable de “literatura de chicas” le tiráis este libro a la cara.

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*Foto portada & flores: Amor Costa