Para celebrar el próximo Día de la Madre vamos a hacer algo que no solemos: escucharlas. En estos últimos años la lucha feminista ha avanzado más que nunca, extendiéndose entre lxs más jóvenes y cruzando fronteras. Sin embargo, solo hacía falta mirar a nuestro lado para ver a quienes estábamos dejando atrás: las madres. Nos queda mucha empatía por entrenar hacia el concepto de maternidad en una sociedad que se rige cada vez más por engranajes capitalistas e individualistas, pero el cambio que está en nuestra mano es tan sencillo como lo que queremos hacer hoy: bajar el altavoz y darles la palabra a ellas.
Hoy conversamos con María Lencina, Cristina García, Lucía Barbudo y Lola Andújar, cuatro amigas-compañeras-hermanas, sobre el mercado laboral, los cuidados y la autocrítica feroz que debe hacerse el feminismo hacia la maternidad. En resumen, les hemos preguntado por sus ganas de prenderle fuego a todo, y como avance os diremos que no ha hecho falta ni una cerilla.
*Este es un especial en el que sabemos que faltan muchas voces, pues los testimonios de nuestras colaboradoras son los de mujeres blancas cis y de clase media con estudios. Escuchar a las maternidades disidentes es una necesidad en la que sabemos tendremos que seguir trabajando si queremos construir una sociedad que valga la pena. Dicho esto, que arda todo.
MATERNIDAD Y COMUNIDAD: LA CRIANZA COMO ACTO REVOLUCIONARIO.
(María) Si la vida de una madre ya es una locura subida a la rueda de limpiar culos llenos de mierdas, que tus hijos sean medianamente civilizados, poder comer un yogur sentada y ser brillante y una tía genial en el trabajo, se añaden a la ecuación dos nuevas variables primas hermanas de la Happycracia: el autocuidado y la crianza positiva.
El primero, se describe como el cuidado y cultivo de uno mismo, haciendo cosas tipo tomarse un café mirando por la ventana y subir una foto con filtro de ese momento a Instagram o ponerse mechitas en el pelo, aunque la realidad para muchas madres, el autocuidado consistirá en los primeros meses/años, en cambiarte de bragas antes de que salga costra y cortarte las uñas una vez al mes. Esta corriente que intuyo que es muy hygge -claro, en esos países tiene políticas sociales muy dirigidas al fomento de la procreación y conciliación laboral- nos queda a nosotros bien grandecita y me da a mí que se ha convertido en un yugo más de las madres que no sabemos utilizar una paleta de colores debidamente armónica en Instagram. Bajo el hastag de #maternidadreal podemos ver una catálogo de prácticas que desde luego no son reales. Tenemos que saber discriminar qué es real y qué no es para no añadir más mierda a nuestro tejado de malas madres. Y sobre todo tenemos que eliminar la culpa de estar horribles, deformes y de echar peste las primeras semanas. Que nos acaba de salir una criatura del tamaño de una sandía tipo Crimson Sweet por el chichi joder.
El epígrafe de crianza positiva abarca una amplia serie de prácticas donde se pone en el centro el respeto mutuo de los padres y los hijos a partir de una serie de técnicas donde gracias al control de los padres -en mi caso de la madre- se guía al niño para una relación con los demás de una forma constructiva y ser un adulto fenomenal y que no robe de mayor. Ojo, que no estoy en contra de la crianza positiva ni mucho menos, pero es que, joder, la lista de requerimientos y de exigencias crece. Y no hablamos del porcentaje de verduras y frutas que tienen que comer, y del Baby Led Weaning, y de fomentar la autonomía con banquitos que se llaman de apellido Montessori y valen 60 euros más que los que son iguales pero sin apellido. Lo que quiero decir es que por favor, no nos dejemos presionar más por este mercado capitalista que no nos deja de ahogar con presiones consumistas y nos quiere meter a todos en el redil. Por favor, menos mandatorios y más libertad para criar. Partimos del hecho que todos queremos que nuestros hijos sean criaturas sanas, felices y comprometidas con sus semejantes, la presión sigue estando en modelos individuales de crianza, en decisiones particulares cuando desde el Estado y desde los círculos feministas y sociales se lavan las manos. Criar ha sido históricamente algo comunal, no dejemos a las madres solas mientras las cargamos de lo esencial y mil mierdas adicionales.
(Cristina) Las madres debemos alzar la voz y hablar en primera persona de la “maternidad real”, de nuestras experiencias y de todo lo que conlleva maternar (autoexigencia, soledad, sentimiento de culpa,…) que poco tiene que ver con lo que se nos vende. Hablar abiertamente sobre esa maternidad real y romper de una vez por todas lo que llevan años intentando que silenciemos: infertilidad, pérdida gestacional, violencia obstétrica o la gran farsa llamada conciliación. Porque lo que nos venden por conciliación ya no es solo compaginar trabajo remunerado y cuidados (algo casi heroico), es también volver a participar activamente en la sociedad, estar al día del mundo (seguir la serie de moda, leerte el libro que lleva en la mesilla más de dos meses, ponerte al día con tu cuerpo,) y al mismo tiempo ser una madre abnegada, informada de lo último en alimentación infantil y de las últimas corrientes pedagógicas en el cuidado de tu bebé. Cuando ves que eso choca frontalmente con la maternidad que estás viviendo, que bendita la media hora en la que te puedes meter en la ducha para apreciar el silencio, surgen las frustraciones, el sentimiento de culpa y la sensación de no llegar a nada. Por eso creo que es muy necesario que las madres tengamos un foro público en el que poder hacer comunidad e intercambiar nuestras experiencias.
MERCADO LABORAL Y CAPITALISMO: LA TRAMPA DE LA CONCILIACIÓN.
(María) Aquí acaba el feminismo para muchas: lxs hijxs, esos seres diminutos y diabólicos que te roban el tiempo y la libertad. ¿Por qué no nos paramos a analizar el mercado laboral, ese trabajo precario que también nos está robando frescura y libertad? ¿Por qué cuando una mujer se queja de su mierda de trabajo -falta de tiempo, precariedad, esclavismo- encuentra apoyo y con la maternidad la sensación es un “tú te lo has buscado”? Obviamente la crianza, el embarazo y todo lo que conlleva implica un cierto grado de pérdida de libertad y un compromiso individual elevado, pero, ¿qué relación, qué contrato social o laboral no lo conlleva? ¿En qué momento las cadenas laborales están no solo admitidas sino bien vistas y aplaudidas en los círculos feministas y ser madre es algo conservador, anticuado y que produce rechazo?
Y es que no nos estamos dando cuenta, que lo que vemos como feminismo liberalizador es más bien feminismo liberal. Es un feminismo donde la productividad asociada al capitalismo está tan arraigado que ya es una parte del sistema. Preguntémonos en qué momento estamos siendo fieles al feminismo si estamos diciendo a las mujeres constantemente que primero tienen que trabajar brillar y triunfar y luego ser madres. Si estamos supeditando la crianza y el cuidado a las necesidades del mercado, ¿no estamos siendo igual de prohibitivas y xxxxxxxxx que nuestro querido enemigo el patriarcado?
El problema aquí es que, a pesar de que se haya conseguido la igualdad en muchos aspectos burocráticos, los cuidados y la crianza sigue siendo algo de las madres. En el caso del permiso de los padres de 16 semanas es algo positivo, obvio, pero no cabe duda de que sigue habiendo un agujero negro en el hecho de que las madres nos tengamos que reincorporar al mercado a los 4 meses y medio del nacimiento , negando de esta manera las necesidades de nuestros bebés y de muchas madres. Muy políticamente correcto el enunciado de conseguir una mayor equidad laboral pero las desigualdades por desgracia no se miden solo en los primeros cuatro meses. Parece ser que nos centramos demasiado en la palabra igualdad hasta el punto de ser tan literales que se nos olvidan otros derechos fundamentales. Cuando fui a pedir la baja, con 36 semanas de gestación, me la negaron tanto en la seguridad social como en la mutua. Parecía que había salido una ¿resolución, orden? , no sé cómo llamarlo, en cualquier caso algún señor -estoy segura que era un señor- ha tenido a bien en decidir que quien trabajamos en oficina podemos suplir las necesidades humanas de descanso, cura y preparación al parto con teletrabajo. ¿A quién le parece lo mismo trabajar desde su casa en el último mes de embarazo que centrarte en el que va a ser probablemente el cambio más grande de tu vida? ¿Quién te va a cuidar futura madre para que tú puedas cuidar? Obviamente el Estado no va a ser, el Estado te va a exprimir y te va a sacar todo el jugo antes de que estés las próximas 16 semanas “chupando del bote”. Esta invisibilización de los cuidados tiene que cambiar, y solo el feminismo, haciendo de las suyas puede hacerlo. Y esto pasa porque las feministas no madres no discriminen a las feministas madres. Porque no solo haya sororidad entre ciertos círculos feministas. Porque las madres podamos hablar de la falta de tiempo, de la falta de autocuidados –what is that?– sin sentirnos culpables o sin que se oiga el típico -Pues no lo entiendo, o – Tu te lo has buscado.
(Lola) Después de trabajar en una empresa de mensajería con una media jornada que me permitía, si puede decirse, “conciliar” con mis dos hijos, se me ofreció una jornada completa que no pude aceptar. En ese momento no se me dio otra opción alternativa y me despidieron. En un anterior trabajo en una empresa que ya parecía abocada a cierre, fui la primera despedida por estar embarazada. Recientemente he tenido que rechazar un trabajo porque era imposible cuadrar los horarios de cuidado al tratarse de una jornada partida, el gran detrimento de este mercado laboral español. Si todo esto no es discriminación por ser madre, que me lo expliquen.
¿Somos las madres un problema para el empresario porque nos ven como un “gasto”? No es un problema únicamente económico, sino que no se nos valora por ser mujeres, ya no decir como madres, donde nos encontramos en el escalón más bajo.
Ni siquiera los permisos han ayudado. Y hablando de los nuevos cambios, parece que nadie hubiera preguntado a las madres. Era un logro igualar la del padre, pero sobre todo era necesario AUMENTAR el permiso de maternidad. La OMS recomienda la lactancia materna exclusiva mínimo seis meses, ¿qué mínimo que ese tiempo? Muchos padres solo toman ese permiso para tener un tiempo propio o como mucho “ayudar” en la crianza, cuando es una co-responsabilidad. Además, es un permiso único para personas trabajadoras, ¿qué sucede con las madres y padres que están en paro? ¿Y con las parejas homosexuales o las familias monoparentales? ¿Ellxs no pueden optar a esos derechos?
Quedarse en el hogar sigue considerándose como una actividad “inferior”. Y es que además de ignorarnos ante la necesidad de una remuneración para las amas de casa, tenemos el estigma del “curriculum en blanco”. Cuando estás cuidando a tus hijos en casa y quieres volver a buscar trabajo te encuentras con un “vacío” de dos o tres años que las empresas no entienden. Para ellos, son años perdidos. ¿Por qué no tomarlo como años de formación? Puede que durante esta experiencia hayas desarrollado nuevas habilidades de organización y gestión que antes no tenías, ¿acaso no tiene el mismo o más valor que inventarme un curso de informática para “rellenarlo”?
Pero si pensamos en las mujeres que sí trabajan, deben enfrentarse a otros problemas: guarderías, otras personas que organicen los cuidados, optar por extraescolares… Resultado: más sentimiento de culpa a la espalda. ¿Estamos obligadas a elegir entre estos dos escenarios, no tenemos otra opción? Empoderarnos debería radicar en eso, en tener la libertad de elegir el camino que quisiéramos sin sufrir las actuales consecuencias negativas.
EL CUERPO DE LA MADRE: LLAMEMOS A LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA LO QUE ES.
(Cristina) El patriarcado siempre ha pretendido silenciar la voz de las mujeres en todo lo referente a su sexualidad, y por supuesto, no iba ser menos en el caso de la maternidad. ¿Cómo es posible que las mujeres nos enfrentemos con incertidumbre y miedo a todos los procesos médicos relacionados con la maternidad cuando son miles de mujeres las que diariamente pasan por ello? ¿Cómo es posible que las mujeres no estén informadas sobre sus derechos a la hora de parir o de los protocolos de las que ellas pueden ser dueñas durante SU parto?
Es en este sentido, cuando más vulnerable me he sentido y con mayor paternalismo me han tratado. Desde esa primera ecografías que te hacen en el más absoluto silencio mientras tu cabeza da vueltas sobre la idea de que algo va mal, al día del parto en el que te sientes un trozo de carne, en el que si no preguntas sobre lo que está pasando, los demás hacen a tu alrededor como si la cosa no fuera contigo, más aún si cabe si eres madre primeriza, porque qué vas a saber tú señora inexperta acerca de parir.
Además yo que he sido madre por segunda vez en lo más grave de la pandemia, he visto cómo bajo el paraguas del coronavirus, se han visto vulnerados muchos de nuestros derechos como madres excluyéndonos de nuestra propia maternidad. En esta segunda experiencia, me practicaron la maniobra de Hamilton días previos al parto sin mi consentimiento y sin ningún tipo de explicación, salvo un “acuéstese en la camilla que la voy a explorar” y una episiotomía de grado cuatro innecesaria, de la que me ha llevado meses recuperarme. A mí, que me considero una persona informada, que estuve meses preparándome física y mentalmente para vivir una experiencia plena, que leí acerca de cómo controlar el dolor y sentirse empoderada en un momento tan brutal como es el parto. Esto se llama VIOLENCIA OBSTÉTRICA y es un tipo de violencia de género y es en este sentido en el que el feminismo tiene una gran deuda pendiente con las madres y la maternidad.
MATERNIDAD Y PANDEMIA.
(Lucía) Hay que señalar el retroceso emocional y político que ha tenido sobre nuestros cuerpos-que-cuidan el retorno a la mística de la maternidad femenina y el remake brutal del ángel del hogar que se ha marcado el Estado. Que las madres no existimos organizadas en ningún espacio que comporte resistencia ni crítica política al totalitarismo vírico del Estado me ha quedado -y me sigue quedando- claro observando este año y pico pasivo y obediente que llevamos ya de dictadura coronavírica. El faloEstado nos ha encerrado como hicieron nuestros papás y luego nuestros maridos, ha maltratado y ninguneado la infancia (nuestres pequeñes son las personas que más a rajatabla han cumplido el confinamiento) y no hemos abierto la boca ni para formular una pregunta que articulara una más que legítima duda sobre cómo se estaba gestionando todo, una vez más, sin nosotras. Nos han dicho que obedecer era sinónimo de responsabilidad y nos lo hemos tragado sin escupir.
MATERNIDAD Y FEMINISMO
(Cristina) Históricamente se ha utilizado la maternidad como una forma de sometimiento a la mujer. Las mujeres, desde que nacíamos, se nos inculcaba la idea de que estamos predestinadas a ser madres, que era algo innato a nuestro género, un destino único. El patriarcado nos asignó esa función en la vida como forma de sometimiento y ante esto, y afortunadamente, surgieron movimientos feministas que se rebelaron contra esta idea.
Pero esto ha calado tan hondo en nosotras, que a día de hoy, oigo en mis círculos feministas más cercanos hablar de maternidad y de las madres con ciertos prejuicios como si una mujer por el hecho de ser madre está menos liberada o menos empoderada.
Afortunadamente, somos muchas las mujeres las que vivimos, y ya podemos vivir la maternidad, de una manera libre, deseada y consciente y creo que no hay mayor logro feminista que dar a las mujeres y madres las herramientas necesarias para concebir la maternidad de este modo. Era la escritora Adrienne Rich la que decía que hay que separar la institución de la maternidad, anclada en valores arcaicos, de la experiencia materna, libremente elegida.
Visibilizar, reivindicar y poner en valor los cuidados, es feminista. Empoderar a las mujeres en ese momento de vulnerabilidad en el que es muy fácil que se vulneren sus derechos, es feminista, y es en este sentido donde debe haber un mayor punto de encuentro entre maternidad y feminismo.
(María) Una de las peores etapas de mi vida es este segundo embarazo. Unido a la insoportable soledad de la pandemia, he notado la falta de apoyo inherente al contacto físico, que, por desgracia no he podido evitar reconocer como un apoyo del feminismo a la maternidad. Incluso ciertas conversaciones incómodas que ojalá no hubiese tenido nunca con personas afines a círculos feministas en las que la incomodidad de la propia conversación se ha hecho palpable. Y esto obviamente es un problema a gran escala. De alguna manera siendo el acto de tener un hijo, paradójicamente, una de las mayores acciones de libertad y rebeldía que una mujer puede llevar a cabo con su cuerpo -siempre que sea una maternidad consentida obviamente-, a menudo, maternidad y feminismo se plantean como dos polos opuestos. ¿Ser madre -es decir, representar el papel tradicional al que el patriarcado ha relegado a la mujer o ser una tía libre e independiente? Yo misma me he encontrado mil veces haciéndome esta pregunta, pero joder, el problema es el contexto en la que nos hacemos esta pregunta. Todas las que nos denominamos feministas vemos lógico y sensata la lucha proaborto. La lucha de las mujeres de hacer lo que les dé la gana con su cuerpo. ¿En qué momento ser madre si es lo que se quiere ya no es feminista?
(Lucía) La maternidad sigue sin ocupar espacio en las agendas del movimiento feminista-blanco-expañol-clase media que sale a hinchar la vena del cuello cada 8M. En las asambleas organizativas estatales (a las que sólo pueden desplazarse las no-madres, por cierto) el trabajo materno (sí, he dicho trabajo) no ha sido nunca un punto en el orden del día y en nuestras asambleas locales los horarios anti-niñes que se proponen siempre para reunirnos nos dejan con frecuencia fuera del espacio político a muchas de nosotras que con gusto estaríamos sentadas en el suelo proponiendo gasolina en lugar de estar preparando cenas y terminando de dar duchas a nuestra descendencia. La maternidad como tema político tampoco llama la atención de la nueva generación de feministas (cada año que las veo las puto amo más) que súperpotentemente aparecen por las calles de Murcia con sus geniales carteles y reivindicaciones cada 8M. Para las primeras la maternidad no es un tema porque el cuidado de sus criaturas (suponiendo que haya madres en esos espacios) quizás esté cubierto por otras mujeres (probablemente no-blancas, migrantes y precarizadas), por su propia red familiar y/o por el entramado escolar, ya sea público o privado. Para las segundas, las jóvenes, el trabajo materno no es un tema porque simplemente no son madres y hace falta mucho músculo político para que te toque políticamente lo que no te toca personalmente.
MATERNIDAD E INSURRECCIÓN: HORA DE TOMAR EL PODER.
(Lucía) Respecto al tratamiento que históricamente se le ha dado desde el feminismo blanco burgués al trabajo materno todavía hoy tenemos que aguantar las subnormalidades de Beatriz Gimeno y su pensamiento solidificado en los 70 como el mosquito de Jurassic Park. Afortunadamente, hay comunidades disidentes (entre ellas bolleras, of course) contestando fuerte desde su práctica materna no-heteronormativa y repartiendo zascas a esa maternidad patriarcal que, efectivamente, es blanca, privilegiada y está por definición cisheterocentrada (recomiendo a morir el libro «Maternidades cuir» de Eva Abril y Gracia Trujillo, ed. Egales): es la maternidad patriarcal la que se celebra tal día como hoy en la publicidad de los centros comerciales productores y fabricantes de la maternidad hegemónica. Frente a esta maternidad despolitizada que patrocina y vende el sistema patercapitalista, sobreviven otros modelos de trabajo materno que proponen (además de salir del molde cis-hetero-blanco) priorizar la colectivización de los cuidados de nuestras criaturas en oposición a la creencia de la pareja como único núcleo de apoyo y sostén. Somos las madres sin padres, las madres sin acompañamiento macho, las solteras, las divorciadas, las viudas y las vapuleadas por las instituciones racistas de sesgo colonial (seguid desde ya a @madrecitas por tuiter) las que estamos metiendo nuestro trabajo materno y a nuestres hijes en los movimientos feministas desde la insurrección, la lucha-resistencia y el margen. La propuesta es la enunciación de una situación política desde esa situación personal, la articulación, desde la co-crianza de nuestras criaturas, de un co-maternaje salvaje que nos permita ser autónomas y no dependientes del esquema de la pareja/familia tradicional (célula base del sistema y estructuras patriarcales). Una resignificación del trabajo materno que nos sitúe en el horizonte de lo colectivo y no de lo individual, que destruya eso de que madre-no-hay-más-que-una que nos encasilla y nos aísla y que nos permita manejarnos como sujeto político creando espacios donde no nos aplaste vitalmente el hecho de ser madres. Un repensar el trabajo materno tal y como se describe en la magnífica obra utópica «Matriarcadia» (Charlotte Perkins Gilman, ed. Akal) que todas deberíamos leer antes de morir.
La maternidad no se dignifica desde donde lo ha hecho histórica y tradicionalmente el macho, poniendo a la madre en un pedestal y sintiéndola, como el soldado que defiende la patria, como un territorio que nadie debe expugnar, siquiera verbalmente (los paralelismos entre la madre y el territorio son tan fuertes que –y no sólo desde el facherío- siempre se ha hablado de la ‘madre patria’). La propuesta es por lo tanto también la de descolonizar la figura de la madre en el imaginario colectivo para desde ahí tirar todas sus estatuas, las que no nos representan y las que suponen una trampa a nuestra emancipación real.
*Muchas gracias a María, Cris, Lucía y Lola por dedicarnos su tiempo y cariño al escribir estos pensamientos para nosotras. Gracias también a todas las amigas a las que le fue imposible participar.