“Y entonces ayer, por fin, después de doce o trece años diciéndolo, fuimos al monte azul de El Cabezo. Se lo propuse al Kisko el sábado. El argumento definitivo fue que, si se llevaba el pote, le hacía una foto con el atardecer de fondo para que la pusiese en Instagram. La cuenta de Instagram del Kisko es de fotos suyas posando en montañas bebiendo café o haciendo como que bebe. La mayoría de veces el pote está vacío pero nosotros le damos likes igualmente porque Instagram al final es eso.

            María y Pedro volvieron de la playa y llegamos a la misma vez al Cabezo. Entonces subimos y después de la vuelta de reconocimiento, las coñas, los comentarios sobre el tiempo que hemos tardado en ir y después de saludar a mi exjefe, que resulta que estaba también por allí con sus hijos, llegó el momento de las fotos. Y nos hicimos un montón. Ahora tengo que contar una cosa que de primeras parecerá inconexa pero que hace falta que cuente.

            Cuando mi amiga Isa se iba a casar, quería (ella) que su tarta de boda tuviese forma de castillo. A mí me flipó la idea porque es muy Isa y por un grupo de WhatsApp que tenemos con otra amiga empezamos a mandar ideas que encontrábamos. Menudo vicio, porque cuando crees que no existe tarta más grande, más hortera y más barroca, aparece alguna que te demuestra que sí y así te puedes tirar hasta que quieras. La Isa, además, se mea y me sigue el rollo a cualquier tontería que le digo, aunque a mi pesar me dijo desde el principio que esas tartas eran demasiado frikis y valían un pastizal. Digo “desde el principio” porque estuvimos así hasta dos días antes de la boda, que le dije que me iba a colar en la cocina y, si la tarta no me parecía lo suficientemente buena, le iba a dar el cambiazo. La Isa se rió y dijo algo como “ya ves, jajajajajaja, voy a estar esperando mi tarta to bonica y de repente se van a apagar las luces y va a aparecer una tarta gigante ahí con antorchas, cohetes y contigo subida encima tirando cañonazos”. En fin, nos meábamos; lo que pasa es que, ya fuera del momento y si no conoces a la Isa, no tiene gracia. Al final, en la boda, digamos que apareció una tarta que “ni pa ti, ni pa mí”. Pero bueno, en eso no hace falta entrar hoy.

            La cosa es que allí todavía en el monte me puse a ver las fotos y hay una hecha desde abajo en la que salimos posando en alto Pedro, María y yo. Parecemos bandoleros. Bien tiesos, ellos con la mascarilla bajada y yo con ella puesta. Y me acordé de un capítulo de Trigonometry que había visto el día anterior. Está en HBO. Por la cara que te veo, creo que no la has visto, pero te cuento de qué me acordé porque tampoco es mucho spóiler. Gemma y Kieran son pareja y acaban incluyendo en su relación a Ray, una chica a la que cogen de inquilina porque van mal de dinero. Pero antes de decidirse por la triada, los tres tienen miedo y Ray se va del piso para siempre y se deja olvidada una figurita de una nadadora, que era parte de un premio que había ganado. Entonces Gemma y Kieran van a buscarla y le hacen un minipastel y le ponen los muñequitos de su tarta de boda junto con la figurita de nadadora. No te cuento qué pasa luego por si la quieres ver.

            El caso es que viéndonos en la foto me acordé de los tres muñequitos de Trigonometry. Y la montaña, con esa pintura azul claro y su color blanco haciendo efecto nieve, me recordó a una tarta. Y me vino la revelación divina. No me voy a casar con Pedro y María, no. A lo mejor ni siquiera me caso con nadie. Pero como sí me case, mi puta tarta de boda va a tener forma de monte azul de El Cabezo y de ahí no me va a mover ni Cristo. Y, como me empeñe, va a tener hasta casas en la base. Las que hay a la subida. Hasta el techado de chapa de una terraza que borré para que no me jodiese el postureo en Instagram va estar en mi puta tarta. Coño que si va a estar. Y hablando de chapa, lo dejo aquí ya. No sé si he respondido a tu pregunta”.

            “Más o menos. La pregunta era si tiene familia propia, pero deduzco que no.”

“No, no tengo”.

“¿Tiene intención de formarla pronto y, si lo hace, de tener hijos?”

“¿Perdón?”

“¿Está pensando en tener hijos?”

“…”

“…”

“¿De qué coño vas?”

“¿Perdón?”

“Que de qué vas.”

“…”

            “¿Qué clase de pregunta invasiva es esa? De verdad, aún con esto en una entrevista de trabajo. Y encima te da la cara para hacerla delante de Teodoro, a quien no se lo has preguntado porque es un tío. Eso se llama trato discriminatorio, habla como el culo de esta empresa y es denunciable. O no es denunciable… ¿Yo qué sé? En fin, que no voy a responder a eso. ¿Tienes más preguntas o ya me llamas y me dices cuándo empiezo?”

Texto Carmen BM

Imagen C R Z