Leer en un idioma que no es tu lengua materna: el chileno, con sus sonoridades, sus arrebatos, te expulsa y te hace sentir extranjera –en tanto hablante del castellano de España, y no el de Chile-. De pronto, nuestra lengua, nuestro castellano europeo, se alimenta de imágenes y sensaciones extrañas: agarrar a un tipo, carretear toda la noche,dolerte la guata. Si Arelis Uribe (Santiago de Chile, 1987) hubiera escrito en castellano europeo, no sería Arelis Uribe. Porque el lenguaje se ha empapado de la visión de mundo, del enfoque. Es hermoso ir leyendo Quiltras (Editorial Tránsito, 2019) y consultar simultáneamente las palabras en el ordenador; comprobar, por ejemplo, que guata equivale a tripa, y que ambos significantes se hermanan en una fonética burda, infantil y tierna.

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Foto: @lunamonelle

En esta colección de relatos, es esencial el contraste entre las muchachas protagonistas con respecto a sus compañeras, amigas, amantes… Que suelen ser de clases socioeconómicas superiores en la sangrante escala jerárquica (como ya nos adelanta el título del libro, Quiltras, palabra de origen mapuche que en chileno refiere a las perras callejeras, sin pedigrí). Dicho contraste es el motivo principal que aúna todas las historias, si bien la autora decide hacer un alto en ‘El kiosco’ –antepenúltimo relato-. Aquí la protagonista es una mujer de clase media que trabaja para el ministerio, la cual acude a una escuela pública en condiciones paupérrimas para realizar una inspección rutinaria. La perspectiva entonces se invierte: no se le cederá voz al pudor desde las clases obreras, o media-bajas, sino desde arriba; hablará la vergüenza de quien se sabe que sustenta un poder deseado o envidiado. El lector burgués sentirá este desplazamiento del enfoque como un manotazo en la mejilla, pues raramente se describe de un modo tan simple y verosímil el rubor de quien ejerce, intencionada o inintencionadamente, este privilegio (Me daba pudor estudiarlas, traducir sus vidas a términos teóricos. pg. 66).

Así pues, quienes cogen el relevo de personaje quiltra serán aquí los niños mapuches (encontré a los mapuches de las noticias en los apellidos de los cuadros de honor de los liceos públicos. pg. 66), integrándose esta comunidad en el discurso-reclamo que Uribe va hilvanando.

La autora pertenece a esa generación que la escritora Luna Miguel ha dado en llamar La generación Sailor Moon: chicas nacidas en la segunda mitad de los 80 y principios de los 90 que bebieron de la teta de Messenger y los foros online para experimentar los primeros amores y ligoteos. En Quiltras se trasluce este costumbrismo de los 2000, y muy especialmente en el ácido relato de ‘Roquerito83@yahoo.es’. ¿Ha habido forma más descarnada, tierna y llana a la vez de narrar estos comienzos del amor líquido en el que hoy día nos ahogamos?

Hubo varios antes. Uno de Santiago que no sé cómo me agregó a Messenger y me preguntó si yo era virgen. Le respondí que sí, con un emoticón sonrojado. Entonces se ofreció para ser el primero, para ayudarme a vivir una noche tranquila y sin traumas. Según él, ya lo había hecho con varias niñas. Me acuerdo que anoté su teléfono en mi diario de vida y lo pensé como una posibilidad real. (pg. 42)

El amor y el deseo, a la vez que la temática de la clase social, y enraizándose con esta, hermana los relatos (a excepción, de nuevo, de ‘El kiosco`). A veces es un amor tierno y fuerte entre amigas; otras, frívolo, líquido, pasional. Adolescente siempre. En perpetuo movimiento. Amores y deseos que se enredan, como siempre ocurre, con la raza, etnia y condición socioeconómica.

Me gustaba tocarla y sentir cerca una piel como la suya, que yo cuando chica había añorado tanto, porque en mi colegio de barrio todas las morenas estábamos enamoradas del único rubio del curso, que a su vez estaba enamorado de la única rubia, en una lógica que más que racista, respondía a las leyes del mercado; a la ley del exceso de oferta morena y la escasez de pelo claro. (Pg. 33)

Su estilo es bruto pero condensado. La información se agolpa en apenas pocas palabras, pretendiendo a la vez la sutileza. Pero hay música y lirismo, el cual reposa sobre imágenes banales: su boca sabía a agua limpia, a papel de revista brillante (pg. 35) y un juego de registros lingüísticos.

Como nos adelanta la lúcida Gabriela Wiener en el prólogo, el arte de Uribe irrumpe en el panorama literario chileno corriendo en dirección opuesta a la estela pija, blanca y macha de José Donoso o Pablo Neruda. Rescata los submundos de Pedro Lemebel o Violeta Parra, reinstaurándole la voz a las quiltras, solo mujeres de clase baja y bajísima, cuando el internet iba lento, los buses eran viejos como los televisores y en los botellones se bebía ron con naranja en vasos de plástico (pg. 8).

Llega, en fin, Arelis Uribe, para recordarnos también desde los libros que toda mujer tiene un recuerdo asqueroso.

 

Por Inés Belmonte @inesoidea

Foto portada Sofía Suazo -El Desconcierto-