La enfermedad en Nerea no es algo anecdótico que irrumpe en un cuerpo sano y se acaba yendo por donde ha venido. “Enferma es mi nombre, que nunca pronuncio, / pero siempre siento sobre mí”. Como suele suceder con nuestro nombre, Nerea ya recibe su enfermedad en el útero materno. La flor muerta del algodón (Ediciones En el mar) que es una forma de llamar al dolor, gira en torno a cómo es vivir con una enfermedad que todavía es una gran desconocida. A pesar de que se estima que la endometriosis afecta a en torno al 10-15% de las mujeres, no se le ha dado la atención merecida porque sus numerosos síntomas se han venido callando con un “es normal que la regla duela”.
El libro se divide en tres partes: génesis, medicalización y maternidad. En génesis, se construye una genealogía del dolor, que une a las mujeres de la familia de una generación a la siguiente. Se intenta buscar su origen para poder darle sentido. No es una molestia secundaria, sino algo que anula todo lo demás hasta que parece ser lo único real y palpable, algo que atraviesa hasta la identidad de la voz poética. Pero frente a esto asistimos a la normalización de ese dolor y a violencia obstétrica. En medicalización se suma la decisión de tomar anticonceptivos para paliar los síntomas de la enfermedad. En maternidad, finalmente, se considera la renuncia a ser madre como forma de matar el dolor, tanto el propio como el de las hijas que no nacerán.
Hay uso de metáforas y otras figuras retóricas pero también mucho lenguaje explícito a la hora de hablar del cuerpo. Gracias a esto, los desvíos del lenguaje convencional no suenan a eufemismo de anuncio de compresas, algo que habría quitado todo el sentido al libro. También hay uso de lenguaje bélico y me ha gustado especialmente. Me daría bastante tirria en texto o discurso no literario, pero aquí hablamos de poesía. La guerra ha estado presente en el canon poético desde la épica de tradición oral hasta hoy. Aunque es un terreno principalmente masculino, su importancia en el arte se ha elevado a lo universal, a lo de todos. Así que pienso que hacer un buen uso de lenguaje bélico para tratar en literatura cosas que se han rechazado o se han dejado en segundo plano por considerarse exclusivamente femeninas, puede ser una forma de reclamar esa misma universalidad. Volviendo exclusivamente a este libro, La flor muerta del algodón no alababa la guerra como la épica sino que se acerca más a los soldados que describen el horror de la batalla.
Crucial es también, al menos en mi lectura, la presencia del perdón. La voz poética se ha negado a la resignación y a poner la otra mejilla, pero perdona. Perdona a su genética, al dolor y a la violencia recibida. Ante la imposibilidad de una cura más allá de la anulación de síntomas, el perdón aparece como último camino hacia la liberación.
Nerea Rojas desdibuja, con lo que parece responder a una selección meticulosa del lenguaje, la línea que separa lo artístico y lo técnico/científico, y lo personal y lo político. Pero sobre todo, no se presenta ni como vencida ni como victoriosa. Pese a que habla en primera persona del singular la mayor parte del tiempo y se posiciona como sujeto activo del desenlace, me quedo con la sensación de que no ha venido a hablar de sí misma ni a que la feliciten. Pese a todo, el dolor y la enfermedad son los protagonistas.