Inés Belmonte (Murcia, 1993) parece nacida para escribir poesía, para hablar poesía, para pensar poesía. Sin embargo en la propia bio de su libro se nos presenta (genial y humorísticamente) como una disidente de un colegio de monjas que pasará el resto de sus días debatiéndose en lo que pudo ser un destino brillante en el mundo de la escultura de barro a banskiniana ultrajadora de puertas de baño, para asomar, «de cuando en cuando» a un mundo que daría la vuelta si la lograra tener de maestra.

Belmonte había pasado por aquí antes. Ya nos había hablado de Lupe Gómez o Arelis Uribe formando parte de la historia de este webzine. Pero con «Herida Blanca» (Calblanque, 2020) ha echado el ancla en algo que se te remueve dentro con un pequeño poemario (XIX capítulos y un epílogo) que hace tan maleable el dolor como los muñecos de plastilina que estrujaba de pequeña. Un homenaje a los rituales autoimpuestos para paliar la tristeza (y provocarla, por qué no provocarla a veces) y para «cantar a las bestias». «Fue un proceso de creación muy espontáneo. Durante una época, cuando padecía algún malestar (ya fuera angustia, dolor de regla, mareos…) procuraba transcribir las sensaciones en lo primero que tuviera a mano: el portátil, en el bloc de notas del móvil… Me apropiaba conscientemente de ese estado de semitrance al que te empuja el malestar, y solía transformarse en textos casi oníricos, violentos, muy orgánicos».

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«Herida Blanca» compone un pequeño viaje desde la pureza y la inocencia al brutal descubrimiento del sufrimiento, que va mutando en cada parada. «Del concepto de la herida, o más claramente, de estar enferma, me interesaba de qué modo la tensión del cuerpo enfermo puede condicionar el flujo de pensamiento, y por ende, la escritura –al igual que esta es condicionada por las categorías sociales y económicas-. De qué modo, por ejemplo, las migrañas de X autor articulaban o reconducían su poética; a nivel sintáctico, de imágenes, de tono… La enfermedad escribe; y quería que la enfermedad me escribiera. En mi caso, encontrarme con Clavícula, de Marta Sanz, fue un golpe de suerte, un faro». Las referencias a la autora madrileña son inevitables, desde una de las citas que abre el libro («Arranca la época de las enfermedades mágicas») al tono desesperado por querer recuperarse y a la vez, quizás mantener la ensoñación y majestuosidad que el dolor aporta a la creación. Quizás, como Belmonte dice en el capítulo V, «para tener una enfermedad (…) necesitas un cómplice«.

Puede que la técnica que usaba con la masilla sea la misma con la que termina sus escritos. «La verdad es que no tengo una rutina para escribir, ni creo que a mí me funcionara demasiado. A veces utilizo la escritura simplemente para vaciarme, casi que a modo de ejercicio terapéutico, y luego de ahí puedo reciclar alguna tajada para un poema. Otras, escribo en los márgenes de los libros que leo en ese momento, y a veces hay suerte y pueden armarse textos bonitos a partir de esas anotaciones. Pero sí, casi nunca hay planificación ni rutina en mi caso».

La publicación de «Herida Blanca» tras ganar el IV Premio de Literatura «La Montaña Mágica Librería» supone también, el fin de ese viaje. «Tenía la pulsión de alejar de mí mis malestares físicos a través de la escritura. Visibilizarlos. Legitimarlos por medio de textos bonitos. En fin, ser escuchada y comprendida. Para mí significaba cerrar este ciclo de hipocondría, miedo, baja tolerancia al malestar, sentirme sola… Era un cierre simbólico, claro». Un año extraño para Belmonte, que en plena apocalipsis no solo logra ver su primer libro editado, sino que queda finalista en el Creamurcia de poesía con «El Salto/Papá«. Chúpate esa, fin del mundo.

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Y qué delicia cuando un libro te sabe a poco, cuando un nombre deja que serte anónimo para empezar a aparecérsete por todas partes. Esto es lo que va a ocurrir, no os quepa duda, por eso preguntamos a Belmonte por dónde sigue el camino de la Herida. «De momento daré un recital en Blanca, dentro de la programación del Río de letras, para el día 10. Se retransmitirá online desde la página web del ayuntamiento. Y muy posiblemente haga otro recital en Murcia en el futuro, pero por la pandemia está todo en el aire… Iré informando 😉 ¡Y sí! Quiero retomar un proyecto de fanzine colectivo sobre el pelo y su poder simbólico desde las identidades no hegemónicas (me refiero, por ejemplo, a ese ritual de cortarse radicalmente la cabellera, raparse, dejarse el vello del cuerpo sin depilar… Todo eso). Se llamará ‘Las sirenas no tienen vello’. De hecho, estoy abierta a recibir textos (ya sean poemas, relatos, reflexiones, pero máximo unas 500 palabras). Respecto a la escritura propiamente, bueno, creo que me viene una época de escribir muy poco y leer «muy» mucho«. Ella dice, «las heridas podían escocer», pero parece que las blancas son para hacernos sentir muy vivas.