El 21 de marzo de 2020 Cristina Morano iba a presentar en Murcia su nuevo poemario (No volverás a hablar nuestra lengua, Editorial La estética del fracaso) y yo iba a celebrar mi boda. Iba a ser un día magnífico y yo tenía la feliz idea de no perderme lo suyo por lo mío. Como dice mi hermana ¿por qué elegir si podemos organizarnos? Yo iba a dormir poco pero tenía una maquilladora, estaba todo bajo control. ¿Todo?  Bueno, todo no. Nuestros planes, como los tuyos, se suspendieron en pos del bien común y aún no sabemos nada cierto del futuro; pero, más allá de la tragedia socio-sanitaria que vivimos, ocurrieron cosas. Yo sigo soltera y tengo la batallita de que solo una pandemia mundial pudo detenernos. Cristina Morano tiene algo más: una de esas coincidencias cósmicas que hacen que una obra -una que ya es estremecedora- se cargue de razones y de significados que ya no precisan al lector concienciado de antemano. Como si el destino se hubiese empeñado en poner un megáfono al mensaje susurrante de la poesía.

Su libro se puso a la venta la semana anterior a que se decretase estado de alarma causado por la propagación del SARS-CoV-2. Quedaría fenomenal decir que lo leí confinada, en medio de esa situación. Decir que las noticias recreaban en tiempo real la enfermedad, el contagio y las denuncias que recorren los versos de Cristina. Pero no, lo leí –conforme salí de Libros Traperos- en un bar. Exacto: el último fin de semana que abrieron los pubs yo estaba en la barra de uno leyendo un libro profético de contagios, fiebres y aislamiento.

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Cristina Morano.

No volverás a hablar nuestra lengua nació del episodio del Ébola de 2014. A Cristina Morano se le acumularon ese año las crisis. En medio del bombardeo informativo sobre expansión del virus y la polémica de su gestión sanitaria, ella atravesó cambios sentimentales y laborales de esos que te arrasan la existencia. Todo macerado en los sudores de un verano en la ciudad de Murcia, por si fuera poco sufrir. Y qué buenas obras salen siempre del mucho sufrir ¿no? Pues no: muchas más tendríamos. Ese texto se reestructuró, se corrigió, se desarmó y se volvió a armar en varias ocasiones durante los seis años que separan aquella crisis de esta; y ese trabajo de precisión compositiva y lingüística es el que ha hecho que hoy su obra nos alcance con esta virulencia.

Se trata de un largo poema dividido en tres secciones que están enmarcadas con dos micropoemas de “Diagnóstico”. Cada sección es una especie de oración alucinada donde se le grita a un sistema agonizante a la vez que se exponen los síntomas de su enfermedad. Es la voz de la precariedad, la indignación y el delirio febril la que nos habla; y es una voz muy consciente, además, de que su denuncia no será escuchada. Esta dolorosa verdad se  plasma en su identificación con la figura de Excálibur, el perro sacrificado en aquella crisis (“este poema es su ladrido”) pero también se expresa en formas menos sutiles, como cuando se adelanta a los juicios del ambiente crítico y literario, tan previsible a la hora de modular la importancia que adjudica a los discursos: “…you know, dirán:  otra poeta cincuentona/ con gatos y sin maridos”. Pues sí, we know, otra poeta de las que no se callan. Alguien tiene que hacerlo. Aunque sea aullando en el balcón al asfalto desierto y caliente de una ciudad tan cruel. Como metáfora del desamparo, un desamor en el agosto de Murcia es todo un acierto.

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Foto: Librería 80 Mundos.

Con esta voz dañada y autoconsciente se habla de dolor, claro, y en la más cuajada tradición lírica –el desgarro, la autodestrucción, el lamento que busca dónde está mi amado-; pero también de la xenofobia selectiva, de las viejas/nuevas discriminaciones por razones sanitarias, de la destrucción de los ecosistemas, de la instrumentalización de seres humanos  y de la urgencia de una relación diferente con el entorno si no queremos ser astronautas con escafandra en nuestro propio plantea. Sobre la aparición en el libro de cierta Teniente de una famosa película del espacio no voy a desvelar absolutamente nada.

En este libro de oraciones a sus santas (¡tiene hasta estampas del gran José Óscar López!), Cristina abandona el estilo más clásico y equilibrado de libros anteriores. El lenguaje está constantemente roto y vuelto a recomponer. Los versos están astillados, las estrofas son irregulares, el léxico es mestizo y todo huele mal porque todo está podrido. También hay un deseo de renunciar a la profilaxis, al decoro y a la distancia de seguridad, de fundirse en la desesperación de los que sufren y no salvarse si no es con ellos; de no hablar más la lengua de los otros.

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Foto: Elena Merino. Revista Magma. 2017.

Cuando esto pase (otra expresión siniestra), Cristina presentará su libro y yo seguramente insistiré en lo mío. Su poemario se tendrá que promocionar en medio del tsunami de obras pandémicas (y muy poco celestes) que traerá el oportunismo editorial y la certeza de que el mundo necesita conocer nuestra opinión de mierda. Seguramente salgan obras maestras cuando esa certeza se cruce con algún tipo de talento. Pero ni siquiera los libros buenos sobre el coronavirus tendrán este plus de decir que ya se intuyeron antes (en la comunidad científica, pero también en una pequeña editorial de poesía de Cartagena) ciertas verdades a las que hoy despiertan los medios masivos de occidente: los condicionantes materiales de la salud, la necesidad de poner límites al crecimiento, las injusticias que sustentan nuestro bienestar. No era necesario que el mal fuese planetario para que se percibiese. La enfermedad, el dolor, el encierro -por ajenos que sean- deben herirnos. Ninguna toma de conciencia ha de costar miles de muertos.

Si salimos de esta habiendo comprendido algo, no será por la filosofía Mr. Wonderful de la cuarentena (ese diseño gráfico que es otra pandemia); sino con poemarios como  estos, que nos incomodan mostrándonos en toda nuestra debilidad pero clavan el diagnóstico. Cristina Morano, que también es diseñadora gráfica,  sabe que la verdad no se escribe en colores pastel.

“COMO EN CASA EN NINGÚN  ALGÚN SITIO”.

“CONTIGO NO ME SOBRA EL MUNDO”.

“ÉRAMOS FELICES  Y  NO LO SABÍAMOS”.

Lo sabíamos de sobra.

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Por Amor Costa