«María Sánchez escribiendo», foto de portada de Fernando Vílchez para El Salto diario.

A la velocidad con que se da la actividad en Internet, hablar sobre algo que pasó hace dos semanas puede sentirse como llegar al bar a la hora del cierre. Pero por otro lado, creo que es prudente reposar una opinión y no vomitar cualquier cosa sólo por llegar el primero. Así que aquí vengo para quienes tengan amor por la memoria a medio plazo. Hace dos semanas se celebró la mesa redonda “De vuelta al campo el Teatro Zorrilla de Valladolid con motivo de la Feria del Libro de la ciudad. En los 78 minutos de cita, se aborda la situación actual de la España rural. Y aparecen, entre otros temas, la literatura y la construcción de narrativas.

El moderador, Germán Vivas, introduce el tema de la mesa junto a los otros tres miembros: María Sánchez, Emilio Gancedo y Fermín Herrero. Me suena bastante la cara del último. Cuando le presentan, me entero de que es agricultor, poeta y profesor de lengua y literatura. Entonces caigo. Abro un número de una revista literaria y compruebo. Sí, es él. He leído una entrevista y algunos poemas suyos hace menos de año y medio.

Se empieza a hablar de política y literatura y considera Fermín Herrero que la política es opinable. La literatura, en cambio, no, porque es una forma de conocimiento. Sostiene que hay que separar lo político de lo literario, de lo que personalmente deduzco que Herrero aplica lo que se llama Nueva Crítica o formalismo norteamericano. La Nueva Crítica propone, por explicarlo rápido, que al leer o analizar un texto literario se preste atención exclusivamente a sus características internas, es decir, a la obra en sí, dejando de lado cualquier componente externo como el contexto histórico y social en que se escribe o la intencionalidad del autor.

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Las narrativas nos afectan. Se puede, y muchas veces se agradece, juzgar la literatura sin atender a lo externo a ella. Pero la narrativa que se construye sobre cualquier tema desde la literatura, los medios y nuestras acciones cotidianas, afecta nuestra percepción sobre ese tema, y por ahí es por donde va el debate cuando se empieza a hablar de la construcción del relato rural. Fermín habla de autores del medio rural. María Sánchez señala que no ha incluido a mujeres en esas referencias y aprovecha para lanzar la cuestión de quién escribe sobre lo rural: si es gente del campo o no, de qué género o clase, etc. Y entonces Fermín, después de decir que no se va a meter en ese “lodazal”, le pide que le diga qué escritoras del medio rural están a la altura de los autores que él ha comentado. María nombra a Luz Pichel y Olga Novo, de quienes considera que son buenas pero que no se les ha dado el espacio y altavoz que merecen. Continúa hablando de la reivindicación que hacemos ahora de las escritoras de la generación del 27 y pregunta si hay que esperar décadas para hacer lo mismo con las autoras actuales.

olga

#deskgram

Fermín dice que él no ha reparado en que no haya nombrado a ninguna mujer. Ese argumento. El “no es sexismo si no lo hago a propósito”. Ese que quizá era válido cuando hace 20 años nos enseñaban que machista era un hombre (nunca mujer) que sacaba panza diciendo que las mujeres somos seres inferiores. Hoy, por suerte, hemos aprendido o estamos aprendiendo que el machismo es el modelo de sociedad en el que nacemos y se nos educa, que todos, hombres y no hombres, tenemos conductas machistas y que nuestra responsabilidad no reside a estas alturas en haber creado este sistema sino en intentar no seguir alimentándolo.

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Responde María (Barrio Sésamo Feminista Capítulo 1) que no pasa nada, pero que está bien que nos revisemos y nos preguntemos cómo se escribe y a quién tenemos o hemos tenido siempre como referentes en diferentes ámbitos, porque la ausencia de modelos femeninos no se debe a que no los haya, sino a que no se conocen. “Yo misma he hecho esa reivindicación cuando me doy cuenta de que a la gente que me quiero parecer desde pequeña son todos hombres ¿porque no había modelos de mujeres? No, porque no los conocía.” añade. Es decir, no hay un ataque personal, hay una “llamada general” a revisarse que surge a propósito de una intervención de la mesa.

Y oído esto explica Fermín que no va a entrar en ese debate literario porque a él le parece que esas autoras del 27 no tienen la misma calidad literaria que los hombres del canon y ni siquiera la de quienes estaban fuera de él. Y este es un argumento bajo donde los haya. Porque que no te guste el trabajo de escritoras en concreto es respetable, pero basarte en un ejemplo para dejar de lado el tema de la invisibilización de la mujer y su impacto en la situación que se analiza en la mesa, no. Parece que no pasa por su cabeza que, sin voces diferentes a la tradicionalmente masculina, ese relato está incompleto y que es imposible conocer una realidad si no hay pluralidad de voces. Y volviendo a lo estrictamente literario, que un profesor de lengua y literatura piense que si hasta hace poco había pocas escritoras reconocidas es porque la inmensa mayoría eran malas, me parece preocupante. Porque no ha dicho “no existe la invisibilización”. Pero tampoco ha dicho “Quizá tengas razón, pero yo no voy a entrar en ese tema porque lo desconozco”. Dice que las autoras del 27 no le parecen tan buenas y despacha el “lodazal”.

Este mismo ponente comenta que Emilio Gancedo ha rescatado en su libro (“Palabras mayores. Un viaje por la memoria rural”, publicado por Pepitas de calabaza) el lenguaje de los pueblos, “que es un lenguaje literario, poético, decantado a lo largo de los siglos”. ¿Quién usa ese lenguaje literario y poético? ¿Sólo los hombres? Si ambos géneros compartimos lenguaje, ¿cómo es que su uso se traduce en calidad literaria casi solamente en autores masculinos? Quedaría echar la culpa al talento y a la experiencia individual. Y esto sería afirmar que el talento femenino es inferior y/o que la experiencia femenina es menos importante.

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Emilio cuenta sobre sus entrevistas y conversaciones con personas que aparecen en su libro, que “Ellos siempre hablan con historias. (…) Esas historias con las que ellos hablan es la memoria del mundo”. Fermín añade que con esa generación, no desaparece sólo la lengua castellana, sino que “desaparece una forma de ver el mundo unida a la tradición y a la memoria, (…) que es la literatura, para mí la poesía directamente, y que no radica tanto en el lenguaje como en la sintaxis. Esa sintaxis castellana que yo intento reproducir (…), que ya se ha perdido porque los propios lugareños han renunciado a ella, los pocos que quedan (…). Los han convencido de que todo tiene que ser estándar (…). Entonces, desde el momento que se entra en ese mundo, el castellano se empobrece de una manera bestial.”

Estandarizar la sintaxis, es decir, eliminar su diversidad, empobrece la lengua. Fermín ha dicho que la literatura es una forma de ver el mundo pero posteriormente hará afirmaciones como “La literatura corre el riesgo de desaparecer como tal” o “La poesía ha de ser y ha de estar. Y los poetas lo único que podemos hacer como mucho recogerla y ensuciarla lo menos posible”. ¿Por qué no parece ver una analogía entre estandarizar lenguaje y literatura? ¿Acaso no es el lenguaje también una forma de conocimiento? ¿Solamente hay una forma de ver el mundo y, por tanto, de literatura? ¿Quién y cómo decide qué es válido y qué no?

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Como he dicho antes, leí a Herrero hace menos de año y medio. Los poemas que leí no me aportaron gran cosa. Me pareció estar ante algo muy recurrente y explotado en temas y tratamiento. Pero achaqué mi sensación a estar viendo repetido lo que muchas veces antes. A haber escuchado tantas voces similares. En ningún momento pensé que hubiese un problema de calidad sólo porque a mí en ese momento no me llegara. Y que no se me malinterprete: no pienso que algo sea automáticamente bueno sólo por ser novedoso o marginal. Este señor dice con modestia o falsa modestia sobre sus premios: “no descartes que alguno sea merecido”. Es posible, parece, obtener cierto reconocimiento sin merecerlo. Merecerlo y no obtenerlo, pues no sé, pregúntenle a él.

Por  Carmen Balibrea @carmenerbil