Ya sabemos: cualquier comentario sobre una obra es más el análisis de su lectura, así que hablaré de mí. No conozco personalmente a ninguna persona trans y de ellas sólo sabía lo que he visto -por no buscar más y mejor- en reportajes periodísticos y películas, una realidades mediatizadas por una intencionalidad que no siempre está alejadas del sensacionalismo o el morbo. Por suerte están las redes sociales, que nos regalan no ya la visión de realidades ajenas a nuestro ombligo, sino el acceso a las voces protagonistas sin intermediarios, lo más grande que internet nos ha puesto delante.
Foto+ portada: Lua Quiroga Paúl y Marta Huguet. Modelo: Mar del Valle
Allí fue donde encontré a Alana Portero ( @VelvetMolotov ). Ocurrió como casi siempre: varias de las cuentas de twitter que frecuento por su criterio literario comenzaron a recomendar de pronto el poemario La habitación de las ahogadas (Ed. Harpo libros). No lo leí enseguida, pero desde ese día su cuenta (y con ella su cotidianeidad, sus denuncias y su gran talento para el insulto, garantía de calidad literaria donde las haya) formaron parte de mis lecturas diarias. Después compré el libro pensando que sabía lo que iba a encontrar y, tonta de mí, quedé deslumbrada.
No sé cómo leerán estos poemas quienes no conozcan la literatura griega clásica. Leí mis Iliadas y mis Medeas en la adolescencia, y ese tono épico y trágico se me pegó como el único aceptable para hablar de las pasiones y dilemas que superan la experiencia pacífica. El libro de Alana me parece tan monumental, su voz tan potente, que no creo necesario el conocimiento de esa tradición para disfrutarlo pero, en mi caso, me ha obligado a realizar tantas conexiones con aquellas lecturas, hay tantos versos dialogando en mi cabeza con voces legendarias, que no puedo dejar de pensar en el prodigio que es la poesía como medio de expresión y en la maestría con la que obran algunas. Libros como este son los que justifican todo un género y los que voy a poner en la mano de quien me pregunte qué quiere decir eso de que la poesía es la expresión de lo inefable.
De verdad que no concibo una forma de entender más directa y verdadera, más intensamente y con menos palabras, lo que supone la vivencia de la disforia y la transición. En veintisiete poemas se nos canta ese proceso épico y sentimental. La gran metáfora es la habitación, el espacio ambiguo (reclusión y habitabilidad) que la voz poética quiere abolir y reestructurar para ganar la paz y el sitio correcto en el mundo.
La habitación de las ahogadas es el canto de un destino irremediable que se mira con una mezcla exquisita de fatalismo y esperanza, un destino que se abraza a ciegas porque su alternativa es la aniquilación (“Cualquier cosa antes que desandar los pasos de mi biografía […] Cualquier abandono o cualquier muerte serán más soportables que habitar este pasado continuo y violento, esta vida sostenida, quieta y fría.”).
Foto: Lua Quiroga Paúl y Marta Huguet. Modelo: Mar del Valle
No es un discurso solitario, son muchas las voces que acompañan y dan cimiento a estos versos. Ya se anuncia en el tremendo canto-prólogo de Layla Martínez que, a modo de coro, anuncia el sentido de un destino que se siente comunitario. Las ahogadas (míticas o históricas) son una constelación extensa de figuras que brillan cada una en la soledad que les tocó. Ofelia, Plath, Woolf, Rich o Santa Brígida han iluminado con sus palabras e iconografía una poética de la herida y la incomprensión que aquí se reivindica como origen de la lucha. Y es una lucha rabiosa. Aunque sus nombres hayan pasado a la historia de muchos modos -mártires, dementes, enfermas- las ahogadas de este poemario renacen a través de la invocación y se convierten en el apoyo de un discurso inmaculado que va desde la destrucción (“aspiro al olvido y a los contornos borrados de mi silueta…”, “Ven desollador, haz tu trabajo”) al renacimiento de la identidad, donde el lenguaje mismo es crucial (“…quizás encuentre sentido alguna vez al orden de las letras que forman mi nombre.”). Es aquí donde el poema sobrepasa su función expresiva para obrar la magia misma de la creación: el lenguaje como código que estructura la realidad y el canto como arquitecto de mundos y ensayo de la propia vida:
“Escribo para darme forma. Escribo para darme un nombre. Escribo para no olvidar quién soy. Escribo para dar forma al sufrimiento. Escribo para tener la última palabra. Y la primera.”
Por eso, leedla. Ni reportajes ni fotos pueden sustituir este grito elemental.
*Alana Portero ha publicado los poemarios La próxima tormenta (2014), Irredento (2011) y Fantasmas (2010) y dirige la compañía de teatro STRIGA*