A través del ojo voyeur de Blanca Bercial (Madrid, 1988), el suelo de las calles de San Francisco se torna en un gigantesco bodegón de horror vacui: la abundancia de la basura opera como metáfora de la búsqueda insaciable de lo hedonista; del deseo de suspender el miedo, el desengaño, el golpe, a través del consumo frenético de lo placentero.

Tan pronto abrimos ‘Trashpoems’ (La Granja Editorial, 2020), la artista nos toma la mano y nos pasea por la ciudad californiana. Se presentan no las vertiginosas infraestructuras, ni los transeúntes, ni los golosos escaparates de la metrópolis, sino sencillamente el suelo: una suerte de contraciudad, de ciudad desechada e invisible, que no solo se compone de residuos y trastos, sino también de personas que –en palabras de Bercial- ‘siempre tienen tiempo’.

Y nos lo muestra a través de la lente y de sus poemas.

Los habituales primerísimos planos de las fotografías, así como la distorsión de la imagen –similar a veces a un ojo de pez– facilitan la inmersión del lector, permitiéndonos apreciar todo aquello que de seguro nos pasaría inadvertido. El efecto hipnótico se intensifica, además, con la elección de una paleta de colores cálida y un uso enfático del brillo en la mayoría de imágenes. El halo mágico resultante contrasta inteligentemente con la deformidad que retrata: el cadáver de un ave, la cabeza de una muñeca, colillas de cigarros… Logrando una estética propia de David Lynch, a quien, de hecho, la propia Bercial evoca en uno de sus versos: ‘Me falta humo lynchiano’.

Trash Poems. Foto: Irene Belmonte.

Trash Poems. Foto: Inés Belmonte.

Retomando ese afán de lupa por parte de la artista, esta también juega con el tamaño de los caracteres de sus textos, aumentándolos a veces radicalmente. Las propias palabras adquieren plasticidad, y no solo tienen un valor semántico, sino que se vuelven superficie. Sobre ellas, Bercial deposita un luminoso arco de afectos.

Pero también la sonoridad y el ritmo son importantes en la poesía de la autora, como ella misma apuntaría en una entrevista para Metal Magazine: (…) “me grabo con una grabadora, me escucho y mi dicción, ese ritmo es lo que hace que yo componga el poema en base a unas pausas determinadas. Según mi tono y mi voz modifico ese ritmo del poema, así que la tonalidad tiene mucho peso en la manera en la que escribo”. Un ritmo fluido, un salto violento de imagen en imagen, apoyándose en versos entrecortados, balbuceantes, así como en la repetición fonética, de nombres y estructuras. Su escritura no teme tampoco cambiar de lengua, del castellano al inglés –pues el inglés es, claro, el idioma de la basura de San Francisco-.

La artista eterniza, vuelve presente, aquello que es permanentemente transitorio. Resucita los desechos escribiéndolos, fotografiándolos. En última instancia, subyace en su obra una reivindicación de la vida que aún late en todo aquello es apartado, ignorado, pisoteado. Este reclamo se enfatiza, de hecho, en el texto que abre el libro, y que espeta en letras gigantes: NO MIRES AL MÓVIL, MIRA AL SUELO.

Texto y fotos por Inés Belmonte.