Empecé a leer Dolores-Manhattan (La Fea Burguesía, 2016) en la barra de un bar y lo terminé del tirón justo como nunca recomiendo leer un poemario: Desde el principio hasta el final, un poema detrás de otro en el orden del libro. Es verdad que la obra ya advierte en la primera página ser una “autobiografía narrada mediante poesía”, pero conseguir que en ninguno de los capítulos-poema exista la tentación de saltar adelante es muy difícil, y más (remueve el café estirando el meñique) en la poesía moderna.
La autora. En la portada, con dos de sus obras más recientes, «Cuaderno de Asia» y «Dolores Manhattan».
El libro de Ana Vidal Egea (¿por qué no conocía yo a este portento?) es una especie de diario de viaje y de vida desde su pueblo, Dolores de Pacheco (del que dice que no sale en los mapas) hasta la ciudad de las ciudades. El viaje a Nueva York ya es un clásico de la poesía española: Juan Ramón Jiménez, Lorca o José Hierro ya sacaron este billete de ida y lo registraron en libros memorables. Con semejantes precedentes, yo pensé: a ver qué haces, Ana Vidal. Y lo que yo no sabía era que la condición de Ana Vidal no era la del viaje turista de los poetas del siglo XX. El suyo es un viaje de supervivencia, de huída, y precioso y agotador.
Uno de sus últimos proyectos, «¿Por qué vives?«
Una de las maravillas del libro es lo bien que se describe el espacio de la casa familiar, la claustrofobia del amor materno, la intuición de ser ya una extranjera antes de partir, el momento fundacional de hacer Maletas y el desarraigo expresado con una contundencia desoladora: “Vives cuando entras y mueres cuando te vas/ da igual quién seas o qué hagas en otro sitio/ sólo importa quién eres aquí/ pero aquí ya nadie te conoce”.
Una mujer en el agua/ Días de verano en Berlín
A partir de ese comienzo tan poderoso el libro es una road movie con aviones, y como toda buena road movie tiene su parte de via crucis y su parte de gynkhana (Principios, que son principios con hombres). A ratos del camino la acompañas sufriendo por el paso siguiente, otras “estaciones” se viven como una prueba y en otras ves las cicatrices de pasos anteriores. Por eso, por la continuidad perfecta y lo bien trazado del camino, vas siguiendo a esta peregrina por la exacta senda que han marcado sus miguitas de pan hasta el último poema El regreso, una pieza gloriosa que cuenta los viajes del cuerpo y del alma, en los que la protagonista vuelve a la vez de todos los destinos, y del amor y de la muerte, con el mundo entero dentro de los ojos.
«Get married at the airport (Love and Alcohol on the run), el documental que ha rodado y protagonizado junto a Mike Urdaneta y que acaba de ser seleccionado para el New York City Independent Film Festival.
Esto era lo que yo quería decir de este libro hasta ayer. Pero, oh destino, ayer se abrieron en los noticiarios las más bellas flores de la corrupción. Da igual cuándo leas esta nota porque en esta España nuestra ya no se marcan los días del escándalo. El caso es que yo ya había empezado escribir sobre este libro genial con muy buen ánimo, y entonces me puse triste; porque Dolores-Manhattan también es la crónica del talento errante y la precariedad, de la decepción después de los sueños (“Malditas las alas que me vendieron”), de la conciencia de pertenecer a una generación en diáspora (“Nosotros los que hemos dicho adiós tantas veces,/los que hemos masticado/ el silencio de los aeropuertos/ y nos hemos tragado la piedra de la duda”), de la conciencia de que sólo sufren unos y siempre son los mismos, la conciencia que no quiere serlo: “Recurriré al exceso / para acabar con tanta lucidez./ Es algo premeditado,/ renunciaré incluso a la lectura, al arte. No quiero darme cuenta de nada/ (…) Quiero ahorrarme el daño.” Es la escapatoria nihilista tan tentadora, tan inherente a la poesía. La que todos necesitamos e invocamos alguna vez. Y menos mal que no.
Ana Vidal Egea es Doctora en Literatura comparada con la primera tesis (Summa cum Laude)sobre Angélica Liddell, licenciada en periodismo y profesora de Cuny University en Nueva York.