La fascinación por el mal es inherente al ser humano, como lo es el interés por el crimen, el misterio y el morbo. Quizás por la situación política y social que vivimos surgen con fuerza movimientos que nos quieren extrapolar a un universo fantástico o de humor, pero el amor por lo oscuro permanece. Es por eso que el género negro, policíaco o del crimen nunca ha desaparecido, y lo que es más: vive uno de sus mejores momentos. El boom de la literatura negra escandinava a raíz de la fama Stieg Larsson, el danés Mikkel Birkegaard o la noruega Karin Fossum también se contempla en nuestro país desde hace años con la excelente Semana Negra de Gijón y sus primos pequeños de Getafe, Salamanca, Barcelona y hasta Alicante. Ahora Cartagena saca pecho y pone en el lugar del crimen su primera edición de literatura de detectives y crímenes, con la intención de situarse entre los grandes del país.

«Cartagena Negra» se celebrará este fin de semana 11 y 12 de septiembre en diferentes espacios de la ciudad y estará en contacto directo con el público con múltiples talleres y cafés  (y cañas) en Mr.Witt en los que se podrá charlar con los autores, muchos de ellos no solo escritores, sino también investigadores profesionales, jefes de policía o forenses. Las mesas redondas correrán a cargo de Antonio Manzanera, Alfonso Gutiérrez Caro, Ana Ballabriga y David Zaplana con «Matar junto al Mediterráneo»; y «Asesinos patrios», con Carlos Basas del Rey, Víctor del Árbol, Félix G. Modroño y José Luis Correa.

Ana Ballabriga en el chat de La Opinión.

Entre los autores solo una mujer, Ana Ballabriga (Huesca, 1977), que no solo escribe y ha sido premiada por novela sino relato erótico, obras de teatro o cortometraje. Destacamos un fragmento de su obra desde el propio programa de Cartagena Negra:

«El caso de la buena madre» por Ana Ballabriga
¡Se ha llevado a mi hija!
Rosique no podía centrar la mirada en la alterada
mujer que había irrumpido en la comisaría. Las doce horas
de servicio le habían mermado las fuerzas.
Miró hacia la derecha para ver si Martínez había
vuelto del retrete, mientras los lamentos y exigencias de
la mujer se amplificaban con el eco de la sala vacía. Se
fijó en sus labios, cubiertos por un pintalabios corrido.
Aquel brochazo de color le pareció erótico y sintió deseos
de besarla. Tranquilícese. ¿Quién se ha llevado a su hija?
La mujer puso un bolso de Chanel sobre el mostrador.
Tanita. Quién coño sería Tanita. La mirada le bajaba
hipnóticamente a los labios. Tanita no me coge el
teléfono. Viajo en tres horas a Estados Unidos. ¿Y su hija?
Tanita querrá chantajearme. Rosique no entendía las
explicaciones que surtían de aquella boca desdibujada.
¿Qué pasa, Rosique? Por fin Martínez había
salido del urinario. La mujer se adelantó. Han
secuestrado a mi hija. ¿Es que ninguna de las dos tiene
hijos? Las policías se miraron pero contestó Martínez.
Sí, señora, nueve meses de gestación, dos de piernas
hinchadas, ocho horas de dolorosas contracciones y
estrías de por vida. La mujer se mordió el labio,
manchando de rojo sus dientes, antes de contestar. Eso
no la convierte en mejor madre. Rosique miró a
Martínez sin comprender. Su vientre de alquiler ha
huido.
Anda, la hostia, ¿y ahora qué?