Vale, que sí. Que la culpa de todo la tiene Yoko Ono. Que no puede haber artista más aborrecida en la memoria de cualquier intelectualoide de mediana edad que la japonesa. Que mirar sus obras es como dudar de si está de coña. Pero lo cierto es que Yoko Ono (Tokio, 1933) nunca ha dejado a nadie indiferente y, admirándola o no, su obra ha sido extensa y original. Este verano el MoMa de Nueva York le rindió su primera retrospectiva después de años de affair mutuo, y tuvimos la oportunidad de contemplar un vasto catálogo y piezas tan famosas como el cartel de «War is Over!» o la «Apple» más célebre de todos los tiempos.

«Yoko Ono. One woman show: 1960-1971» se ha desarrollado en cinco años antes de abrirse al gran público, y contiene periódicos y documentos originales con la letra de la propia Ono, carteles y LPs de la Plastic Ono Band o proyecciones de películas o performances como «Cut Piece» o «Film No4» en las que la artista utilizó su propio cuerpo para crear controversia. Hasta hubierais tenido la oportunidad de echarte una partidita de ajedrez con ella.

La viuda más famosa de la historia musical perteneció a la aristocracia japonesa y es uno de los iconos más impactantes de la vanguardia sixties. Aunque sus obras más conocidas por la mayoría se remontan a sus colaboraciones con John Lennon, Ono, con más de ochenta años sigue en la brecha del arte conceptual, reivindica aquí su papel como artista en solitario y la crítica norteamericana se ha rendido a sus pies. Nosotras vimos la falsa manzana (alguien de Murcia nos aclaró que aquí eso sería un «pero») y desde luego, nos quedamos pensando, como decía Def con Dos, ¿por quién doblan ahora las campanas?