Supongo que con las comillas se entiende lo suficientemente bien. Pero me gustaría aclararlo que no quisiera yo causar conflictos y mucho menos nada más empezar con el titular. Cuando hablo de “enemigos” no me refiero a una persona contraria como tal. Es una forma de hablar, para que nos entendamos.

Aclarado esto, comienza la aventura. Es bastante notable que el tema del feminismo ha ganado peso en la sociedad en el último año – por decir un periodo de tiempo aproximado- . Ojo, no quiero decir que se hable correctamente ni con fundamento. Más bien me refiero a que, por ejemplo, he visto salir la palabra feminismo de la boca de personas que no imaginaría jamás, marcas que han sacado campañas de publicidad que nos meten con calzador o medios de comunicación que, repentinamente, defienden a la mujer a capa y espada.

Por un lado, es algo de lo que nos deberíamos alegrar todas las personas que apoyamos la igualdad entre el hombre y la mujer –porque eso es el feminismo, hablando de todo un poco-. Ya sabéis, lo típico; “que hablen bien o mal, lo importante es que hablen de mí”. Sin embargo, como pasa con todo lo que se pone de moda, también existe un cierto descontrol y sensacionalismo en el asunto. Descontrol que, al menos a mi, me produce cierto miedito.

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Rocío Salazar

Hay que ver lo feministas que somos todos de repente. Es curioso los distintos tipos de feminismo de los que somos testigos todos los días. Y cuando hablo de feministas, me refiero tanto a hombre como mujeres, por aclarar el tema. Por resumir, estos podrían ser – a gran escala- los tipos de feminismo que se me ocurren que existen:

Los feministas de verdad: tienen fallos como todo hijo de vecino pero están realmente comprometidos con el tema y tienen claro lo que defienden.

Los feministas adaptados: yo me lo guiso, yo me lo como. Me monto mi feminismo, con mis propias reglas – las que a mi me interesan y me vienen bien- y aquí paz y después gloria.

Los feministas oportunistas: los que apuestan a todo trapo por la igualdad y los derechos compartidos. Pero ojo, eso sí, no siempre. Más bien cuando a ellos les viene bien y con quien les viene bien.

Los feministas de mierda: no saben ni lo que dicen y no son “ni feministas ni machistas”. Tú ya me entiendes.

Dicho esto, también hay que tener muy en cuenta a la hora de posicionarse como feminista que es muy difícil no caer en los extremos. Cuando se defiende algo a capa y espada, la rabia nos puede llevar a ponernos demasiado radicales.

Y es a este punto al que yo quería llegar. Si nos paramos a pensar un momento, todos tenemos algún hombre en nuestra vida – ya sea amigo, novio, familiar o vecino- al que se le nota cierto interés por este fascinante mundo del feminismo pero que no termina de entender bien las reglas del juego. Me explico. El típico que quiere entenderte y se esfuerza por defender esa  igualdad pero que a veces patina con comentarios o actos machistas. Sí, vamos, la típica pareja que te trata mejor que bien pero que no te deja nunca pagar la cena porque es un “caballero” de manual.

Pues bien, es tanta la rabia y la impotencia que tenemos dentro, que muchas veces les cerramos la puerta en la cara sin ni siquiera invitarles a pasar y explicarles que “es tu casa y son tus normas”. Con esto me refiero a que hay hombres que, a pesar de los beneficios con los que cuentan tan solo por nacer con algo entre las piernas, intentan empatizar con esta lucha del sexo femenino y somos nosotras las que les ponemos la barrera automáticamente sin ni siquiera escucharlos.

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Flavita Banana

Seamos sinceras, no es fácil ser mujer, pero crecer siendo hombre en el mundo que vivimos tampoco es coser y cantar. Desde que nacemos se nos imponen ciertas normas y ciertos comportamientos que se espera de nosotros si queremos ser aceptados dentro de la manada. Los niños no lloran y si le gusta leer demasiado y no juega al fútbol en el recreo, además de friki probablemente será gay. Es cierto que esto va cambiando poco a poco, pero está tan implantado que todavía queda un buen rato antes de que podamos decirle adiós a estos prejuicios.

Y por eso opino que, en vez de decirles “esto deberías saberlo por ti mismo” o “mejor cállate, que siendo hombre no puedes conseguir entendernos”, deberíamos intentar “educar” a esos hombres que quieren intentar ponerse en nuestro lugar aunque a veces no sepan bien cómo hacerlo. ¿Y cómo lo hacemos? Pues seleccionando muy bien quiénes son los que están dispuestos a escucharte. Y, una vez teniendo claro esto, hablando con ellos y explicándoles cómo nos sentimos en cada una de las situaciones en las que estamos en desventaja por ser mujer. Intentando que ellos participen activamente en esas acciones y pequeños detalles del día a día que dan lugar a los micromachismos y “obligándoles” a que renuncien a muchos de sus privilegios para que se equilibre la balanza y podamos hablar de igual a igual.

Como todo en la vida, habrá quiénes nos escuchen y habrá quiénes no quieran entender. Pero eso no depende de nosotras. El feminismo es una lucha que nos pertenece a todos. No es cuestión de hombres y mujeres, es cuestión de personas.

Y cuántas más seamos, mucho más fuerte gritaremos.

 

Por Belén Buendía @belenbuendiag

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Collage (+ collage portada) por Lara Lars Collages