Hace unas semanas, la que fuera icono de los 90, Drew Barrymore, cumplía 42 años. A pesar de respirar el lado más canalla de Hollywood, la niña mona de E.T. ha sabido sortear como una equilibrista, la ajetreada vida de joven-estrella-rebelde con dinero. Contando con la suerte como única red de seguridad.

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Son muchos los recuerdos que nos vienen de una época pre-Internet donde la información llegaba del otro lado del charco con cuentagotas. Pinceladas intermitentes entre la programación televisiva y revistas como Súper Pop, Vale, Bravo… Entre artículos, pósters y pegatinas podíamos construirnos una idea del Star System americano de la época. De ahí es hija Drew, junto a los mediáticos Johnny Deep,Winona Ryder, River Phoenix… esa pandilla cool que invadía las revistas para teenagers. Mostrándonos a una élite californiana de jóvenes que vivían con un carpe diem como moneda de cambio.

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Cuando, en febrero de 1991, publicó su explosiva autobiografía Little Girl Lost, contando vivencias más propias de una adulta que de una niña, no hizo otra cosa que avivar el mito. Su precocidad al sustituir las muñecas por porros, cervezas o cocaína, le hizo verse envuelta en una espiral de locura y decadencia desde muy temprana edad. Esto la llevó a fumar marihuana con 10 años, ser alcohólica a los 11, adicta a la cocaína a los 13… Iba a los rodajes colocada y estuvo en varios centros de rehabilitación. «Era como un campo de entrenamiento militar. Al principio, lo odiaba. Hasta entonces, solo había conocido la libertad bailando sobre las mesas de Helena’s, Studio 54 o cualquier club de noche. Salía de fiesta y hacía lo que quería cuando quería. Y, de pronto, me dijeron: ‘Ya no eres libre. Y tienes el mejor seguro que se puede tener, así que vas a quedarte aquí hasta que hayas cambiado’. Al principio, me enfadé mucho, pero después de un año y medio, me fui de allí siendo la persona más humilde del mundo».

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La depresión y la solead en la que vivía no le auguraban un final made in Hollywood. No llegó a acabar los estudios de secundaria. La teenstar había perdido el control. A los 15 años, tras una crisis nerviosa y un intento de suicidio, solicitó de forma legal separarse de su madre.«Había perdido toda la credibilidad llevándome a Studio 54 en vez de a la escuela». Pronto se mudaría a un apartamento ella sola.

Nuestra versión femenina de Rebelde sin causa siguió con su racha de infortunios. Tras prometerse en dos ocasiones con Leland Hayward (nieto del productor de Easy Rider) y con el actor y músico Jamie Walters. Terminó casándose a los 19 años con el camarero Jeremy Thomas, en un enlace que duraría 3 meses. Para celebrar su 20 cumpleaños, en una entrevista con David Letterman, se subió a la mesa y enseñó las tetas. Tras el escándalo mediático, su padrino Steven Spielberg le regaló un edredón con una nota: “Cúbrete”.

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Por aquel entonces muchos de los miembros de la coolband habían perdido su corona. Pero Drew correría mejor suerte, gracias a varios directores que volvieron a confiar en ella. Así consiguió abandonar el lado sórdido: por la vuelta a los platós. La película Todos dicen I loveyou (1997), de Woody Allen, fue el inició de una nueva vida. Otras como Scream (1996), Batman Forever (1995), Por siempre jamás (1998), Nunca me han besado (1999) o Donnie Darko (2001), le hicieron recuperar el lugar que merecía centro del celuloide.

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Tras el primer matrimonio fugaz, el segundo con TomGreen y el noviazgo de cinco años con Fabrizio Moretti (batería de la banda The Strokes), conocerá al padre de sus dos hijas: Will Kopelman, del que también se divorciaría. Con esta montaña rusa emocional, no es de extrañar el lugar que ha ocupado en la prensa sensacionalista a lo largo de su carrera. Otro ejemplo de cómo,desgraciadamente,la popularidad y el trabajo no tienen porque ir siempre de la mano.

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Después de esta última década, su vida ya fue lo que era: embajadora de la ONU, madrina de Frances Bean (hija de Kurt Cobain), fundadora de la promotora cinematográfica Flower Films y de la marca de cosméticos FlowerBeauty… La diversidad, tanto profesional como personal, que la acompaña, hace que sea un icono difícil de igualar.

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En 2016 volvió a la carga con Wildflower, una segunda autobiografía editada por Penguin Random House, que aun no tiene edición en español. En esta entrega, nos relata sus vivencias durante la infancia y la adolescencia, pero con un discurso mucho más optimista. Esto ha hecho que su tirón mediático sea menor y que la sombra de la otra novela no desaparezca.

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Recientemente ha vuelto a la pequeña pantalla con la serie Santa Clarita Diet (2017), al igual que su compi Winona Ryder con StrangerThings(2016). Cuando vimos a La Barrymore en El Hormiguero presentando la primera temporada, no pudimos más que horrorizarnos. Pero a ella se lo perdonamos, a otra… NO.

Por María Velvet.