¿Es la música literatura? ¿Las letras poesía? ¿Los versos letras? En nuestro habitual debate sobre cosas-que-no-importan, hemos dedicado la semana a teorizar si era digno o no entregar un Nobel de Literatura a Bob Dylan. Los más puristas se rasgaron las vestiduras, los incondicionales lo defendieron a cuchillo. Al final, parece que Dylan está en el porche de su casa tomándose un pacharán, ajeno a la polémica, y quizás escribiendo notas de lo que puede ser una próxima obra de arte o un deshecho que terminará en la papelera. ¿A alguien le importa? ¿Dónde están esas barreras, quién las marca? ¿Dónde te dan el carné de escritor, de cantautor, de músico? ¿Si el arte llega al público y se convierte en algo universal, no tiene derecho a ser reconocido? Sinceramente, no nos interesa eso tanto como el disco que traemos hoy. ¿Disco? Sí, hoy trastocamos los límites de nuestras propias secciones gracias a Kate Tempest, la poeta que se hizo rapera, y viceversa.

Kate Tempest nació en Brockely, sur de Londres, en 1985. Este entorno empobrecido y con gran afluencia inmigrante no hizo sino fraguar su amor por el jazz, el hip hop y el spoken word. Sobre esos pasos camina para hacer carrera no sólo en la música, sino en la narrativa, el teatro y la poesía. El universo de Tempest es tan convulso como lo son sus letras, siempre atentas a una sociedad que parece no darse cuenta de su long way to ruin. Se hizo un nombre en las batallas de improvisación y eso se nota cuando pone un pie sobre el escenario: su emotividad y sinceridad llega bien dentro aunque no logres descifrar todos los versos: ahí está la esencia del arte.

Sus novelas The Bricks that Built the Houses (Bloomsbury, 2016) y los poemarios Everything Speaks in its Own Way (Zingaro, 2012); Brand New Ancients (Picador, 2013) y Hold Your Own (Picador, 2014), traducido al castellano por el poeta Alberto Acerete como Mantente firme (La Bella Varsovia, 2016) le han valido galardones como el Premio Ted Hughes a la Innovación en Poesía o ser nombrada una de las nuevas voces más destacadas de la poesía británica por la Poetry Society en 2014. Sobre las tablas, escribió las obras teatrales Wasted (2012), GlassHouse (2013), Hopelessly Devoted (2014) y Brand New Ancients, ganador del Premio Herald Angel en el Festival Fringe de Edimburgo.

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Pero quizá ha llegado al gran público con su trabajo musical en forma de rap con los discos Balance (Sunday Best, 2011), junto a su grupo Sound of Rum, y el aclamadísimo Everybody Down (Big Dada, 2014), ya en solitario. Su último álbum se acaba de lanzar esta semana pasada, Let Them Eat Chaos (Fiction, 2016), y promete ser uno de los grandes nombres del año. Su temática gira en torno de la comunidad y esa sensación de soledad controlada con la que te puedes identificar, aunque hable del agujero más recóndito de Londres. También se inspira en la familia, en la identidad, en lo pequeño, y de ahí salta a lo global: se avergüenza, como muchos, de la Europa gastada y falsa en la que nos ha tocado vivir (“Europa está perdida / América está perdida / Londres está perdido, / aun así clamamos victoria”: estrofa del tema ‘Europe is Lost’, presente en este nuevo disco).

Lo que nos tiene absolutamente enamoradas de Tempest es ese carácter tan auténtico, capaz de mezclar a  Virginia Woolf con Public Enemy, a W. B. Yeats con Wu-Tang Clan, y todo ello sin ningún tipo de impostura. Let Them Eat Chaos fue presentado al semana pasada en el Poetry Night de la BBC2 como una revolución. Kate Tempest, la poeta, puede hacerte make some noise y humedecerte los ojos de emoción. Y eso no hay Nobel que lo discuta.