Una nueva ave se posa en el cementerio de cuervos. Clara Janés, poeta y traductora, tomó posesión de la letra U en la Real Academia Española (RAE). Es la séptima mujer en la academia y la undécima en su historia, y por primera vez ha sido otra mujer, Soledad Puértolas, quien le ha dado la réplica en su discurso de entrada. Parece que hablamos de la Edad Media y sin embargo ocurió el pasado domingo, 12 de enero de 2016, lo que hace noticiable y triste a la vez por la escasez en las estadísticas. Si bien entendemos la función de la RAE en muchos aspectos (cabe destacar su nueva campaña contra el uso desmesurado de los anglicismos a la cual nos unimos) también es cierto que su organización es un feudo patriarcal y viejuno que despierta más pereza que interés. Con todo, no vamos a perder la oportunidad de revisar la obra de Clara Janés y cercionar por qué hacía tiempo que Janés debía tener abecedario propio.

Clara Janés (Barcelona 1940) reflexionó en su discurso de apertura de cargo («Una estrella de puntas infinitas. En torno a Salomón y el Cantar de los cantares«) reflexionado sobre «el enigma» de la escritura y su origen místico, citando a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, grandes influencias en su literatura. Enorme la influencia de su padre, el escritor Josep Janés (en cuyo nombre se fundaría después la editorial Janés). Fue el escritor Gerardo Diego quien la animó a publicar su primera obra, Las estrellas vencidas (1964) y desde entonces más de 20 libros completos pueblan su obra, poemas visuales y antologías, entre la poesía (En busca de Cordelia, Kampa, Lapidario, Rosas de fuego, Diván del ópalo de fuego (o la leyenda de Kayka y Machnun), La indetenible quietud, Paralajes, Los secretos del bosque Fractales), la narrativa (Los caballos del sueño, Los hombres de Adén), el teatro (Yamatu, Luz de oscura llama) o el ensayo (La vida de Federico Mompou, La palabra y el secreto y Guardar la casa y cerrar la boca.). También como genial traductora, por sus manos han pasado autores como Vladimír Holan y Jaroslav Seifert, Marguerite Duras, Nathalie Sarraute, Katherine Mansfield y William Golding, por cuya labor recibió el Premio Nacional de Traducción en 1997.

En su estilo, se la considera como autora-puente entre Oriente y Occidente, cuya intención es «derribar barreras entre las culturas orientales y occidentales se refleja en el contexto histórico-la presencia en España del Islam-y en el presente-la llegada de inmigrantes musulmanes a España y otros países de la Unión Europea” (Sharon Kafee Ugalde, 2012). También ha indagado en la feminidad en diferentes formas, desde la feminidad en su origen (Libro de alienaciones (1980)) o incluso el feminismo, sensualidad, erotismo y amor en Eros (1981)

«Creo que el tema de las mujeres en la Academia se está intentado mover y así lo vemos porque hay ya mujeres interesantísimas y otras que vendrán«, explica esta escritora que se levanta al alba, y a la que Jorge Guillén le dijo que cantaba «como los pájaros al amanecer», y que ya es una nueva ave dispuesta a crear belleza en un cementerio de cuervos.


AMIGA
Te brillaban dos lágrimas
por fin nos despedimos
sin poder compartir el aluvión de noche

pero tú me sabías
rompiéndome en aceras
recorriendo senderos sin gravedad deshechos
alejándome progresivamente
por el vasto universo de veloces esferas
desde aquel chorro negro en cuyo centro
el yo
se quedaba en la ráfaga
el punto
donde nada ni nadie
sólo el deseo con su vientre de lava
la muerte por los brazos cargando pesadez
cargando frío
dejándolos colgar desasiéndose aplastándose
la cabeza también como un cometa dormido rodando
a miles de kilómetros ya la vez
en tus pupilas húmedas
brillantes como estrellas en el agua de la noche
de esa noche
cuando abierto y desnudo el corazón
como las rosas que desnudan su cráter
y el cuerpo les da vueltas
como fuego en racimos
devorador de órbitas elípticas que ensanchan el espacio infinito
dejaba sólo sólo sólo
ese punto
lejano y arraigado
negro insaciable pozo de tortura y destello
que reclama violento
más viento entre los sauces que lloran
más delirio en las cascadas irisadas
más cobijo en las manos de la lluvia
más temblor en el beso de la tierra
y agónico
encuentra nada más el pánico
de miembros desarmados
y se entrega fieramente
al sueño extraño
en la ebriedad y veneno
de un instante de amor
propio
inasible
incomprensible
inexpresable
intransmisible
incomunicable
incompartible
a penas
un ahogo
perecer

y todo
en tu pupila
impregnada de infancia.


    «Libro de alienaciones» 1980