El 25 de abril de 2015 uno de los terremotos más devastadores que se recuerdan tenía lugar en Nepal: con una magnitud de 8,1 y epicentro en Lambjung, a ochenta kilómetros de la capital Katmandú, provocó más de 8000 muertos, la destrucción de patrimonio cultural e histórico y una de las mayores crisis humanitarias de Asia con más de 10 millones personas afectadas o desplazadas. Fueron días terribles que coparon portadas y noticias durante meses, una catástrofe en la que se volcó la ayuda y opinión pública internacional y que como suele suceder casi siempre, ya casi ni se recuerda. Sea el devenir de esta cruel existencia, que hace que las nuevas desgracias desplacen a las antiguas, o que simplemente olvidamos demasiado rápido, lo cierto es que esta preciosa región del Himalaya ya ha cambiado para siempre. Quien no la va a olvidarse nunca de lo que allí pasó fueron algunos de los españoles que estaban en Nepal el fatal día del terremoto y a los que se les ha quedado grabado a fuego los momentos de descontrol, pánico, pero también de esperanza y solidaridad que vivieron y que, a su vuelta, decidieron contar en el libro que venimos a presentaros hoy, «Cuando Nepal tembló«. Coordinado por Alba Castellet y Jota Martínez y editado por Kolima Books este libro recoge experiencias y relatos de algunos de los supervivientes de la tragedia que pudieron volver a casa para contarlo y cuyos beneficios de su venta serán destinados a proyectos de cooperación en ese país.

«Cuando Nepal tembló» es vida en papel. Diferentes voces que cuentan de manera distinta lo que sintieron el día del terremoto. Como la cooperante Cristina Po, los aventureros Lara Buj y Diego Miralles, que hacían trekking en la zona del Anapurna, Javier Picón y Estrella Lorenzo, una pareja gallega que se encontraba celebrando sus bodas de plata cuando el seísmo les sorprendió en el famoso Monkey Temple, que quedó devastado, y así hasta treinta autores que han sido capaces de poner voz a la angustia vivida. Pero también todos ellos relatan un sentimiento común: la sensación de volver a nacer, pues sobrevivir a una tragedia empequeñece los «dramas» cotidianos. También la ovación al pueblo nepalí, que todos reconocen como fuerte y valiente, solidario aún en sus momentos más duros con los extranjeros que se encontraban perdidos o heridos.

Este jueves uno de sus autores, Jota Martínez, presentará el libro en la Fnac de Murcia a las 19h, y todos podemos colaborar a la causa adquiriéndolo. Quizás así nos llevaremos un poco de espíritu guerrero, ese que te lleva a luchar hasta en las situaciones más desesperadas, y que hace que la vida tenga sentido.

Aquí podéis leer parte del relato que Cristina Po escribió para «Cuando Nepal tembló» y que adelantó El País aquí.

Cristina Po, voluntaria de una ONG, junto con otros cooperantes. Siuler Viajes y Fotos.

«Mi Nepal. Antes y después del temblor».

«Llevo 20 días en Nepal. Poco tiempo, la verdad, aunque me da la sensación de que no me fui nunca, de que los últimos tres meses no llegaron a pasar. Están tan lejanos… Sin embargo, la vida antes del terremoto parece que transcurriera ayer. Es asombroso lo rápido que se adapta el ser humano a la realidad que le toca vivir en cada momento. He vuelto a Bhaktapur porque lo considero mi segundo hogar y porque me parecía impensable dejar atrás a los nepalíes y olvidarlos. Si ya experimenté un sentimiento de culpa inmenso por marcharme, no me quiero ni imaginar si no hubiese vuelto.

El 25 de abril de 2015 yo llevaba seis meses de voluntaria en la maravillosa e histórica ciudad de Bhaktapur, a 14 kilómetros de Katmandú. Colaboraba con laONG Círculo de Cooperación ayudando en la gestión y funcionamiento de una pequeña escuela, la Saraswati English School. Buscábamos mejorar la calidad de la educación en la escuela y crear un proyecto sostenible, intentando aumentar nuestro número de alumnos con recursos para así poder dar becas a niños que no los tuvieran.

Tenía mi trabajo, mi casa, mis amigos, mi comunidad de vecinos… En fin, había creado allí una vida que me encantaba. Y entonces sucedió el terremoto. Dos días después, mi compañera Ruth y yo nos fuimos a España en el avión fletado por el Gobierno, para sacar ayuda de donde fuese y para concienciar a la gente sobre la catástrofe que había sucedido.

Me sentí tremendamente culpable en el momento en que tomé la decisión de marcharme. Había ido de voluntaria y ahora, en el momento en que más ayuda necesitaban, ¿me iba? Pero hablé con el presidente de la ONG y me di cuenta de que por mucho que me doliese y me quisiera quedar, seguramente iba a ser un estorbo más que una ayuda. No era médico, ni tenía idea sobre construcción. Me comería su comida, me bebería su agua, y si me ponía enferma sería su responsabilidad. Había estudiado marketing, y sería de más ayuda desde España. Y eso hice. Junto a Ruth, madrileña y guerrera, amiga y compañera con la que viví el terremoto, nos pusimos manos a la obra desde el momento en que aterrizamos en el aeropuerto de Torrejón. Charlas, actos en colegios, función benéfica en el Teatro Lara, conciertos, escritos, correos electrónicos, contactos… entrevistas en varias radios y en una televisión. Seguíamos trabajando con la misma ONG con la que yo había estado colaborando, Círculo de Cooperación. El presidente y uno de los coordinadores seguían en Katmandú, lo que facilitaba mucho el trabajo. Y todos los días hablaba con alguno de mis amigos. Cada vez que veía a alguien conectado a Facebook le bombardeaba con preguntas.(…)

Pensaba en Nepal y trabajaba para sacar fondos todas las horas posibles del día. Lo primero que hacía al despertarme era encender el portátil y lo último antes de dormir, apagarlo. Ayudar a Nepal y conseguir dinero se convirtió en una obsesión. No tenía interés en quedar con mis amigos ni perder el tiempo haciendo nada que no fuese trabajar. Tenía tantas ganas de volver… Se lo repetía a todo el mundo: «En mes y medio vuelvo». Al final, ese tiempo se duplicó, y menos mal. También necesitaba desconectar. Al cabo de seis semanas de estar en casa empecé a tranquilizarme y a dejar de sentirme tan responsable por todo.

A principios de julio compré mis billetes. El 31 salía de Madrid y el 1 de agosto aterrizaba en Katmandú. Mi amigo Ángel vino a recogerme al aeropuerto. Sabía que me iba a hacer ilusión verle, pero no me imaginaba cuánta. Solté las maletas y me abalancé sobre él. Ese día no dejé de sonreír en ningún momento. Leo los mensajes que mandé a mi familia y a mis amigos durante el terremoto y los encuentro tan dramáticos que parecen de una película. ¿De verdad escribí eso? ¿De verdad pasé tanto miedo? He contado la historia tantas veces en los últimos meses que parece que la he externalizado, y a base de repetirla sé perfectamente lo que sentí, lo que pensé, el miedo que pasé y, sin embargo, no me acuerdo de haberlo sentido ni de haberlo pensado. Está lejos y no tiene importancia. Pasó y punto. Ahora nos centramos en el presente y en el futuro.

¿Y qué ha sido de Nepal? Pues aquí sigue. Y al igual que yo, parece que la gente no quiere seguir pensando en lo que pasó, sino en el día a día y en cómo seguir sorteando problemas que ya existían antes, problemas de educación, de nutrición, de higiene, de agua, de electricidad, de protección del menor…Al día siguiente volví al colegio y cuando los niños se abalanzaron sobre mí, cualquier temor que pudiera tener desapareció. Tras unas horas fue como si nunca me hubiese ido. Había unos diez niños más en la escuela, lo que me motivó muchísimo. Nuestra meta todo el año anterior había sido conseguir aumentar el número de estudiantes, y había resultado.

Lo que me encontré a mi vuelta me encantó. El terremoto no había deprimido a las profesoras ni lo habían usado como excusa para aflojar y lamentarse. Al contrario. Todo el mundo parecía mucho más proactivo, motivado y fuerte. Las profesoras se implicaban más, la directora se había convertido en líder y los niños avanzaban rápido. «Parece que ahora tienen más ganas de aprender» me decía una de las docentes. Me sentí extremadamente orgullosa de ellas.

Pero sí, hace tres meses el mundo sí se derrumbó, y como es lógico, todavía se nota. Hay grupos enteros de casas destruidas en Bhaktapur, y tiendas de campaña y refugios temporales por todas partes. Miles de colegios aniquilados en el valle de Katmandú y familias que no saben cuándo podrán reconstruir sus casas. El Gobierno dará préstamos a las familias para que reconstruyan su hogar, pero, ¿y esa gente que no tiene dinero para devolver el préstamo? En el campo quizá sea más fácil. Reconstruirán con los recursos naturales con los que han construido desde hace años. Tienen sus cosechas, su ganado… ¿Pero en las ciudades? Los negocios, los sueños, los proyectos de futuro, se desvanecieron en medio minuto. Eso no quita que en las zonas rurales la gente también haya sufrido. El terremoto y las lluvias desencadenaron grandes corrimientos de tierra que se llevaron por delante pueblos y cosechas. El apoyo de las ONG y de los grupos de ayuda locales va a ser necesario durante mucho tiempo para que todo vuelva a la normalidad.

El otro día le pregunté a una de las profesoras cómo se sentía. «Mi vida ha vuelto a la normalidad, he vuelto a mi rutina. Pero cuando veo los escombros y los hogares destruidos siento a la muerte dentro de mí. Murió tanta gente… La ciudad era Patrimonio de la Unesco y un segundo después no era más que un desastre de ladrillos y maderas. Pero ya teníamos problemas en Nepal, y este es uno más. Qué le vamos a hacer». Y sí, esa parece la opción de muchos: no mirar atrás, sino adelante. (…)