El nuevo disco de Natalie Prass se publicó en marzo, pero su contenido requiere una escucha lenta, tranquila, de maceración cuidada, que hace que sólo hasta llegar la primavera hayamos estado dispuestas a sacarla a la luz. A veces ñoña, a veces espeluznante, lo que es cierto es que las cuerdas, arpas, vientos y metales que acompañan su voz hacen de su trabajo homónimo un postre que degustar sin prisa.
Comparada con Dolly Parton, Dusty Springfield o Jenny Lewis, se estableció en Nashville para la grabación del álbum y firmó con Spacebomb Records, el sello de su compi de instituto Matthew E. White. Parte del éxito estaba ya asegurado. Si a eso le añadimos el torrente creativo que surge de una ruptura sentimental y la facilidad de Prass para emocionar con sus letras, conseguimos singles como «My baby don´t understand me» o la genial «Bird of Prey».
El sonido americana junto a la grandilocuencia de la orquestación oscila a veces entre el soul, el pop o el country tradicional, todo empapado de dolor bajo el sonido de la dulce voz de Prass. Pero como suele pasar, los malos momentos hacen camino para los buenos: Prass no solo ha creado una joya atemporal sino que tiene en la recámara tres trabajos más. Larga vida al desamor.