No se le puede dedicar uno de nuestros posts (tan breves, fugaces y llenos de morralla mental) al profundo universo creativo de Sylvia Plath, pero por otro lado, estábamos cometiendo un error al no hacerlo. Ayer, 27 de octubre, Plath hubiera cumplido 82 años, y su no-cumpleaños nos sirve de excusa para hacerle nuestro particular homenaje sin motivo concreto, salvo el de una completa y merecida devoción.

Sylvia Plath (Boston 1932-Londres 1963), poetisa y escritora estadounidense, Premio Pulitzer póstumo y una de las precursoras de la poesía confesional, debe tanto de la celebridad de su obra al movimiento feminista como a su caótico matrimonio con el escritor Ted Hughes, a quien se le considera pistón de sus mejores escritos pero también sospechoso de controlar su obra, impidiendo publicar diarios íntimos y otros pergaminos en los que el famoso artista no salía exactamente bien parado.

De precoz talento (su primer poema lo escribe a los seis años) y exquisita educación, aprovechó su beca Fullbright para estudiar en Cambridge, donde conocería a Hughes y en cuya universidad daría clase. Al quedarse embarazada y volver a América, la vida de ama de casa y las infidelidades de Hughes pondrían fin al matrimonio y alterarían la ya inestable salud mental de Plath. Tras el divorcio, la poetisa regresa a Londres con sus dos hijos, Frieda y Nicholas. El 11 de febrero del 63, tras prepararle el desayuno a sus hijos, mete la cabeza en el horno y se suicida aspirando el gas.

Su recopilación de poesía «El coloso» (1960) o «Ariel» (1962) donde se refleja claramente el empeoramiento de su salud mental (que hoy hubiera sido diagnosticado como bipolar y se podría haber tratado) y se instaura la poesía confesional como género y para ser leída en voz alta («Tres mujeres») son algunas de sus obras más sublimes que a pesar de haberla convertido en icono feminista, como decimos, le deben mucho a la influencia que Ted Hughes aplicó sobre ella. «La campana de cristal», escrita bajo el seudónimo de Victoria Lucas, es una biografía novelada con un falso alter ego y ritmo poético en su prosa. También es reciente la publicación de algunos de sus cuadernos de dibujos, que Plath realizó en sus estancias en sanatorios mentales o simplemente, como válvula de escape.

Recomendamos fervientemente el genial artículo que para la revista JotDown escribió Jenn Díaz aquí, y que relata con fragmentos de la obra de la artista un universo tan complicado como la realidad misma. También el libro «Mad girl’s Love Song: Sylvia Plath life before Ted» de Andrew Wilson retrata otra cara de la poetisa a raíz de la fiesta en la que se conocieron, germen de la mejor y peor unión posible para Plath. En sus palabras: «morir es un arte, como todo lo demás. Algo que hago excepcionalmente bien».