A esta generación de treintañeros chiflados que somos no llegan a encontrarnos una etiqueta convincente. Acabaron el abecedario y probaron con 3.0, con millenians, los niños mimados que lo han tenido todo y de todo se quejan en Internet o con «la generación perdida», por el ambientazo laboral y social con el que nos topamos al hacernos adultos. Es todo eso pero nada cuadra. Esta es una generación vergonzosa, pero genial, que está destinada a inmolarse en un futuro de mierda por dejar una transición decente a los que vengan detrás, y sin embargo, experimenta uno de los mayores booms creativos de la últimas décadas.

El cine como siempre, es ese espejo en el que mirarse con más o menos apego, y películas como «Frances Ha» reflejan, en todo de comedia dramática, a uno de estos seres generacionales, tan insoportables como divertidos, en una cinta que huele a Woody Allen, Amèlie y documental de National Geographic en blanco y negro por partes iguales. Noah Baumbach (director de «Una historia de Brooklyn» y «Margot y la boda», coguionista de «Life Aquatic» o «Fantástico Mr. Fox») bebe todo de Allen y todavía nos hace creer que vemos algo nuevo. Con Nueva York como un personaje más, asistimos a las andanzas de Frances, una chica de 27 años que no pierde su sueño de trabajar como bailarina en una compañía y cuyo desequilibrio y falta de madurez es tan irritante como empático. Porque ese deseo de independencia, pero al mismo tiempo de buscar compañía, esa lucha por un futuro mejor, pero perderse por caminos que no llegan a nada, es el ADN del young adult de este siglo, confundido entre lo que le han prometido que conseguirá si trabaja duro y las ganas de cogerse un pedo entre semana.

Greta Gerwig (también coguionista de la película) es aquí protagonista absoluta, con una belleza arrebatadoramente normal y una mirada que habla sola, con lo que entendemos por qué es la nueva musa del cine mumblecore (retro, neorrealista y con pocos medios). En el papel de Frances, borda la chica que busca su sitio, que no sabe seducir, impertinente y dulce, inmadura y llena de amor y lealtad. Parece mentira que se pueda extrapolar tan bien unas escenas a la vida de cualquier treinteañero de clase media en cualquier país desarrollado en recesión: impagables los cortes en el que la protagonista cobra la devolución de Hacienda y cuando debe el alquiler se lo gasta en salir a cenar. Muy de drama del primer mundo.

«Frances Ha» incluye también una maravillosa oda a la amistad femenina, ese lazo que todo lo puede y todo lo da pero también todo lo exige, genialmente diseñado entre Frances y Sophie. Y el detalle de la banda sonora, tan descontrolada como la propia Frances, que cambia el swing alleniano a flashdance ochentero sin sonrojarse, y hace de la cinta un recorte de pequeños cortos deliciosos. Si bien sufre del mismo mal que su prima alemana «Oh Boy» (que alguien le de un maldito café), respecto a los momentos en los que el espectador puede perderse por no seguir un hilo tradicional, es esta característica lo que le infringe al film de un sentimiento propio. Será lo de siempre, pero es irresistible. La insoportable levedad de sentirse la edad del pavo siendo ya adulto.