Menudas cenas de Nochebuena tienen que marcarse los Durham. Padre, madre y chiquillada estuvieron este sábado 21 en Cartagena para hacérnoslo pasar en grande con la banda que nos devuelve la fe en la familia: Kitty, Daisy and Lewis. Los vástagos, influenciados desde la cuna con rock and roll, rockabilly, soul y country han tomado un camino propio para la música que hace de lo viejuno una modernidad, y sin inventar nada nuevo se han convertido en una banda que asegura sacarte el baile de dentro.

Este fin de semana lo comprobamos en el Nuevo Teatro Circo de Cartagena. Un cine-teatro precioso patrimonio de esta ciudad que sin embargo nos duele cuando en él se celebran conciertos moviditos; allí y en cualquier auditorio es una agonía resistir sentados los envites de las guitarras y los aullidos más salvajes. Así que intentamos mantener la compostura cuando este trío de hermanos londinenses salieron al escenario moviendo el bullerengue en la butaca, aunque otros no lo consiguieron y tomaron los laterales del teatro para bailar como la situación lo pedía: fueron amonestados por la organización en un absudo intento de calmar el éxtasis rocanrolero. Absurda situación que Kitty se encargó de zanjar cuando fue alertada: «las reglas están para romperlas».

Kitty, Daisy y Lewis nacieron en Londres con el gen de la música inyectado: su padre, Graeme Durham, guitarrita y técnico del famoso estudio The Exchange Recording y su madre, Ingrid Weiss, batería del grupo punk The Raincoats, llevaba a sus hijos de guateque en guateque hasta que ellos mismos cogieron los instrumentos y formaron su banda. Kitty, la menor, toca la batería, el banjo, la guitarra, la armónica y hasta el trombón. Lewis aporta el toque elegante con su aire cincuentero a la guitarra lap steel, piano o percusión, y Daisy, la mayor, hace lo propio también con el acordeón o el xilófono. Los hermanos se intercambian los instrumentos con frecuencia y así lo hacen con el juego de voces, siendo solistas en diferentes canciones. Sus padres participan en grabaciones y directos con contrabajo y guitarra, algo que también pudimos ver el sábado.También tuvimos la suerte de que los acompañara el gran trompetista Eddie «Tan Tan» Thorton, un abuelete con más flow con el que muchos de allí podemos soñar que daban ganas de llevarse de parranda: él aseguró un par de canciones más que redondas.

Y es que, conociendo a esta banda, la noche salió así, redonda. Y es que destacamos las ganas de pasarlo bien que siempre destilan sobre el escenario, con ese triple diastema de herencia familiar asomando tras las enormes sonrisas del que ama lo que hace. Kitty, que como su hermana vestía mono propio del Studio 54, ya se come el escenario, y su desparpajo y mirada gamberra nos aseguraba que debe ser una auténtica chunga en su Candem natal, eso sí, una chunga de las que quieres invitar a tu fiesta. Daisy también sabe lo que se hace y en el piano es donde se la ve más cómoda, sin embargo, nosotras no podemos dejar de amar su ortopédico estilo con la batería, que en la última ronda se convirtió en una verdadera locura: sólo veíamos una melena rabiosa y dos delgados brazos salir tras los platos como latigazos eléctricos. Lewis sigue en la línea con la que empezó la banda, la influencia rockabilly de los 50 con un elegante traje y perfecto tupé, siendo la guinda perfecta entre el delicioso mamarrachismo de sus hermanas. Confiado al cantar, afilado con la guitarra, suave a la percusión: quizás no sean los más virtuosos pero tienen clase, joder.

Y además lo hacer pasar bien. Alternando canciones de su antiguo y nuevo disco, (un flamante «The Third» que no rompe la fórmula de su éxito y sin darnos nada nuevo, funciona) nos descoyuntamos con «Bitchin in the kitchen», nos calentamos con el sexy «Whiskey» (¿de verdad Kitty se estaba metiendo unos lingotazos de J&B?), y tantas otras tonadas que era un éxito seguro como el hit «Going up the country». En todas nos pedían más, y finalmente consiguieron levantar a un teatro entero que seguro se arrepintió de no haberse puesto en pie antes. Necesitamos y queremos artistas de primera plana en esta región, y el festival de Jazz de Cartagena nos lo ha puesto en bandeja. Ahora solo nos hace falta revitalizar las salas privadas de Murcia, que se han dejado caer en la desidia y el aburrimiento, con conciertos frescos y de calidad como este de Kitty, Daisy and Lewis: los tres hemanos que después de hora y media de show quisieron seguir bailando en la Carrot’s. ¿O era una leyenda urbana…?

*Todas las fotos de Romu López.