Más buenas noticias para los amantes de las letras y las artes directamente de nuestra señora ciudad. Afortunadamente la gente no se ha dejado vencer por el panorama económico y el boicot hacia la cutura y cualquiera que quiera desarrollarla a nivel local que vivimos, y continuamos sabiendo de valientes que se tiran a la piscina de esta peligrosa pero apasionante aventura. Hablamos de la Fundación Newcastle detrás de la cual está Javier Castro, cuya intención es actuar de enlace para micromecenas, facilitar el espacio de exposiciones temporales y residencias artísticas e incluso otorgar becas de trabajo. Su sede está en Murcia y pretende impulsar el arte contemporáneo en la ciudad y fuera de ella. A propósito de esta noticia, este jueves día 24 en la Facultad de Letras de La Merced el propio Castro presentará junto con la autora protagonista de este post, Cristina Morano Carretero, el libro «Hazañas de los malos tiempos», que junto a la novela de Hilario J. Rodriguez «Perder Ciudades. Dos viajes en el siglo XXI» forman parte de lo que será la Editorial Newcastle.

La Fundación Newcastle ha inaugurado una biblioteca que está instalada en un lado del Centro Párraga. El texto que veis en un pequeño cartel sobre los libros resume la filosofía de esta humilde iniciativa que viene a sumarse a otros proyectos con los que intentamos hacer de la ciudad un sitio mejor. Dice “Como este pequeño hueco aparentemente no se usaba para nada, la Fundación Newcastle ha pensado que sería bonito montar en él la biblioteca más pequeña de nuestro país. Tal vez estás aquí porque tienes que pasear al perro, te has saltado alguna clase aburrida o simplemente estás esperando a alguien y -a lo mejor- te puedes entretener leyendo alguno de estos libros. Puedes -si quieres- llevártelos a casa sin problema, pero porfa devuélvelos cuando los termines para que más gente pueda disfrutarlos. Muchas gracias por cuidarlos”. La biblioteca está siempre a la sombra protegida por un enorme eucalipto y al lado hay dos bancos donde frecuentemente se ven grupos de chavales conversando. Los quince libros que he seleccionado para comenzar este proyecto incluyen desde textos de Iker Jimenez sobre extraterrestres y casos de fantasmas a autores clásicos como Cicerón, Chesterton, Zweig, Jack London, Azorín etc. También hay una interesante micro-sección infantil con libros de Manolito gafotas etc. No sé si mañana -o incluso si ahora mismo- alguien vandalizará todos estos libros y los tirará a la papelera… pero sería precioso que no fuera así y que pudieran servir para que al menos una persona descubra lo maravilloso que es leer.

Cristina Morano (Madrid, 1967) escribe en «Hazañas de los malos tiempos» una epopeya del fin de una era, el mundo que veíamos derrumbarse mientras bebíamos cerveza en la cantina de la facultad. Un drama del primer mundo y que es real y actual aunque algunos se empeñen en considerarlo agua pasada. Morano, diseñadora gráfica, escritora, poetisa y colaboradora habitual en colectivos sobre mujers y literatura, ha ganado diversos certámenes y trabajado para multitud de revistas y blogs. Entre sus obras, Las rutas del nómada (1999), La insolencia (2001), El arte de agarrarse,(2010) y El ritual de lo habitual (2010) y ha participado en las antologías La manera de recogerse el pelo. Generación blogger, de David González (Bartleby, 2010) y en Esto no rima. Antología de poesía indignada del 15M. Ahora, con «Hazañas..» saca todos sus demonios a pasear en forma de duro pero divertido cuento de desarraigo no físico, sino a unas costumbres y estado al que jamás volveremos.

Interesante la entrevista que le concede a la compañera María Yuste en Playground, donde se publica además un fragmente de un capítulo que aprovechamos para mostraros. Quien no se sienta identificado, que se marche de la sala.

«Segunda hazaña: cobrar el paro cuando Tropa, la agencia de diseño gráfico y museografía donde trabajaba, quebró y los creativos acabamos en las oficinas de empleo, rellenando papeles con nuestro nombre, con nuestra dirección, con datos y fechas que ninguno de nosotros sabíamos que poseíamos o que constaran en algún sitio. Por ejemplo, la vida laboral. Llevo 19 años trabajando, con algunos intervalos de paro. En total, según la Tesorería General de  la Seguridad Social, que es la encargada de estos cálculos, llevo 7.000 días trabajados. ¿no hay ninguna canción o película que se llame así? Debería haberla.

Ahí estabamos los ex diseñadores, en la primavera del 2012, perdidos en las oficinas del Inem, usando los dedos anteriormente deslizantes por los carísimos teclados de Macintosh, marca registrada de Apple, para rellenar formularios laborales; contestando con monosílabos a las mismas preguntas que albañiles, peones, secretarias o camareros respondían con tiradas completas de artículos y subartículos de la legislación laboral vigente.

Unos días después de empezar a cobrar el paro, me llamaron para reunirme con mi «tutora laboral». Me senté en una sala junto con otras mujeres de mi edad (45 años: las expulsadas del mercado laboral, demasiado viejas para el Sistema, demasiado jóvenes para obtener una jubilación). Me sorprendió ver entrar a una señora vestida con chaqueta rosa imitación chanel y maletín de ejecutivo. Clase alta, La crisis empezaba a llegar arriba.

Cuando llegó mi turno, la tutora miró mi expediente, leyó en voz alta diseño gráfico y edición, publicidad, poesía, manejo y creación de entornos multimedia y me dijo:

— Mejora tu empleabilidad. Si no sabes usar Internet, te enseñaremos, es más fácil encontrar trabajo por las redes sociales virtuales. ¿Has entendido lo que te digo? Pareces un poquito… Triste.

7.000 días trabajados, cero euros obtenidos. La primera hazaña fue esa: trabajar durante 7.000 días. Algo que consistía en una resistencia, en un levantarse todos los días y obedecer.

Ternía ahorros, pero los gasté desde que la agencia dejó de pagarnos el salario. Iba por la calle y sucedían cosas como que se cerraban negocios, manzanas enteras se quedaron sin tiendas, sin agencias inmobiliarias, sin oficinas. En los bajos abandonados se acumulaba el polvo. El vacío. Eran los edificios agujeros. Cuando pasaron los meses, en esas casas vacías anidaron las palomas. Incluso creció hierba mala en las grietas. Las llagas de la ciudad son avanzadillas del bosque.

Lo vegetal infecta, entonces. Lo vegetal, inocula, enferma, progresa hacia virus.»