Esta semana los medios se hacían eco del fallecimiento de uno de los grandes mitos de la danza a nivel mundial, Maya Plisétskaya (1925-2015), que moría a los 89 en  Munich de un ataque al corazón. Una bailarina que fue un icono para su Rusia natal y que dejó la interpretación más profunda y gloriosa del Lago de los Cisnes.

Plisétskaya tuvo una dura infancia que transcurrió durante la represión estalinista. De madre actriz y padre ingeniero, le estuvo prohibido salir del país (su madre su acusada de traición y condenada a trabajos forzados) hasta que se levantó el veto y pudo actuar en EEUU y toda Europa. Primera bailarina del mítico ballet Bolshói de Moscú, interpretó todas las grandes obras con excelencia, desde «Romeo y Julieta», «Carmen», «Anna Karennina», pero desde luego para el recuerdo queda su papel como cisne blanco y cisne negro de la mítica obra de Chaikovski.

Rebelde  y subversiva, su carácter y su pasión por el arte la llevó a tener algunos problemas con la KGB. En sus últimos años, se dedicó a enseñar y coreografiar,  y aceptó la dirección de la Compañía Nacional de Danza en España, de la que consiguió doble nacionalidad. Obtuvo el Premio Príncipe de Asturias en 2005. Ahora el ballet se queda huérfano de uno de sus grandes cisnes, que nos deja para siempre el recuerdo de unos brazos que más que bailar, volaban.