Difícil aunar en un post editorial y obra tan grandes, que por sí solas darían para varias páginas, pero hemos querido juntar a Gallo Nero, el pequeño proyecto editorial de Donnatella Ianuzzi y «Kallocaína», el libro de 1940 de Karin Boye, porque son madre e hija de una misma cosa: la ilusión de hacer las cosas bien, la lucha de vivir por lo que a uno le apasiona.

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 Campaña online de Gallo Nero «Reading is sexy»

Gallo Nero es fundado por Ianuzzi en mayo de 2010, cuando ésta se da cuenta que en la editorial comercial  en la que trabaja no se publica nada que le guste. Situada en Madrid después de llegar como Erasmus (ese programa de becas que no sirve para nada ni aporta riqueza) establece el negocio cuando la crisis ha asomado completamente las garras en el país. Incansable y arrolladora, la italiana no se deja amilanar, y sus convicciones son claras, tanto con la industria editorial («se están desmantelando fondos y tirando Camus para meter una novedad X, eso no puede durar«) como con los peces grandes («la feria de Madrid es horrible, una caja única, todo es Planeta«).

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 Donatella Ianuzzi

Imposible no sentirse como un crío entre caramelos con los títulos de su colección: Hunter S. Thompson, Robert Crumb, Rimbaud, Dos Passos, Fellini, Ginsberg, Fitzgerald, Lawrence, London, Hellgren, Maiakovski, Maconi, y otros tantos más, todos con obras menos conocidas, pequeñas joyas rescatadas dignas de primeras lecturas. Sus tres colecciones, «piccola», dedicada al relato breve, «narrativa» y «gallographics», de novela gráfica, auguran un sinfín de alegrías.

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 Diferentes títulos de la colección

Entre ellas, el «Kallocaína» de Karin Boye. La autora sueca (1900-41) fue poetisa y novelista, miembro del grupo socialista Clarté, tuvo una relación con Gunnel Bergström (la esposa del poeta Gunnar Ekelöf) fundó la revista literaria «Spektrum» (en la que aparecería T.S.Eliot y surrealistas suecos) y terminó suicidándose tras una vida dedicada a la literatura y la crítica. Dejó magníficas obras como «Crisis» donde cuenta su disyuntiva entre la religión y su lesbianismo, o poemas como el delicado «Por supuesto que duele». 

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 Karin Boye

«Kallocaína» (1940) podría situarse con compañeras como «1984» o «Farenheit 451» por su temática de sociedad anti-utópica fruto del temor al auge del nacional-socialismo en Alemania, y es la menos conocida de ellas a pesar de ser publicada casi diez años antes. Narrada a modo de memorias en primera persona por el personaje de Leo Kall, un científico afín y fiel al Estado opresor que inyecta un suero de la verdad a los rebeldes para obtener la máxima información y por lo tanto, el control total. La diatriba llega cuando experimenta inyectando la kallocaína a su propia mujer y las verdades duelen por ser tan reales, hasta el punto de llegar a plantearse el papel dictatorial que ejerce como mayordomo de los poderosos.

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Además de ser una obra excelente en su ficción, al igual que sus novelas compañeras más famosas, incluye pasajes tan actuales casi 70 años después que da auténtico pavor cómo no hemos conseguido librarnos del «gran hermano» que nos asfixia, y que se ha ido disfrazando de década en década con diferente piel, para hacernos caer como imbéciles una y otra vez. Destacamos el pasaje que todos los críticos destacan, y será por algo: Y si todas las actividades de ocio debieran verse un día postergadas en pro del incremento del necesario ejercicio militar, si la infinidad de lujosos conocimientos y habilidades superfluas que antaño se incluían en nuestra formación debieran dejarse a un lado en beneficio de la orientación ineluctable de la formación específica de todos y cada uno de nosotros como trabajadores al servicio de la industria, que es absolutamente imprescindible, ¿tendríamos derecho a quejarnos? No, no, y no. Somos conscientes de que el Estado lo es todo, el individuo, nada, y nos agrada que así sea. Somos conscientes de que la mayor parte de la llamada “cultura” es y será un lujo reservado a un tiempo en el que no nos amenace ningún peligro“. ¿Suena familiar? Aterradoramente a 2014.

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