La obra más conocida del guionista y escritor LairdKoenig (Washington, 1927- California, 2023), “The Little Girl Who Lives Down the Lane”, acaba de reeditarse bajo el sello Impedimenta, con Jon Bilbao a cargo de la nueva traducción. La novela ya aparecería en castellano en el 74 (un año después de su publicación en Estados Unidos) bajo el título “La niña de las tinieblas”, desde los sellos Pomaire y Círculo de Lectores. Impedimentaha apostado por una traducción más literal del título: “La chica que vive al final del camino”. Eso sí: recupera el rojo sangriento de la portada de la versión de los setenta.

Edición de Pomaire

El propio Koening se ocuparía del guion de la versión cinematográfica, estrenada tres años después del lanzamiento de la novela. En ella, una Jodie Foster aún niña encarnaría a Rynn, la genial protagonista.

La chica que vive al final del camino” tiene suficientes elementos como para atraer la atención del lector: una casa antigua situada en la periferia de un pueblecito norteamericano, rodeada de árboles podridos, silencio y penumbra; desapariciones repentinas; un niño experto en trucos de magia (Mario el Mago, homenaje del autor a Thomas Mann); y una preadolescente que sopla las velas de su tarta de cumpleaños completamente sola.

Pero quizás el ingrediente que aporta más intriga es aquello que precisamente se oculta. En este sentido, resulta interesante analizar la novela desde el concepto freudiano de “lo siniestro” (lo “unheimlich”), comprendido como aquello extranjero adentro del sujeto; lo que está afuera del sujeto pero en su interior. O, en palabras de Mark Fisher, “la manera en la que el mundo doméstico no coincide consigo mismo”. Esta noción, formulada por el propio Freud en 1919, es lo suficientemente elástica, ambigua y compleja como para cobrar sentido en la novela de Koening.

El personaje del padre cobra especial relevancia desde el marco freudiano de “lo siniestro”. Este, que se muestra como una figura ausente, despliega su presencia a través de Rynn y de la propia casa. En la historia, se le exige continuamente a la niña que haga bajar al progenitor del despacho para atender asuntos de adultos, ante lo cual Rynn siempre responde que está muy ocupado en sus labores de traducción. Por una razón oculta, el padre se convierte, a ojos del lector, en un elemento familiar que no debe o no puede salir a la luz. Y, sin embargo, su latencia se palpa a través de diversos espacios y objetos de la casa (los poemarios; los crujidos de una puerta abriéndose en la planta de arriba; una foto enmarcada…). Esto es: el lector espera continuamente una manifestación.

En esta línea, es tentador aplicar también el concepto de “lo espeluznante” de Mark Fisher, pues el pensador entiende lo espeluznante como aquello ligado al desconocimiento de la causa que provoca algo fascinante o impresionable (un monumento derruido, una casa quemada…). Lo espeluznante es ese hueco, ese vacío de información que se contiene, que no se muestra. En el caso de la novela, se reduce a una pregunta urgente: ¿dónde está el padre?

Por su parte (y volviendo al concepto de “lo unheimlich”), el padre también interviene desde la chica, pues las acciones, pensamientos y juicios de esta se encuentran muy condicionados por la educación paterna recibida. Dicha educación, no obstante, también nos pone en alerta, pues Rynn cuenta haber convivido en el pasado con artistas y escritores alcohólicos, o no haber ido nunca al colegio.

El padre, en fin, es esa latencia extranjera, esa otredad, que se sitúa en el seno de lo familiar: la casa y la propia niña.

La versión cinematográfica de 1976

El terror en la novela de Koenig, sin embargo, se extiende más allá de estos dos elementos, desplegándose también sobre el espacio exterior y público. Apenas Rynn sale de la casa, varios personajes masculinos le advierten de lo peligroso que es para una niña andar sola de noche, haciendo florecer en ella una nueva clase de miedo (“Hasta entonces, el camino nunca le había infundido terror”). Incluso termina sufriendo un duro acoso callejero. Ante tales experiencias, el personaje se repliega sobre su amuleto más especial: la poesía de Emily Dickinson, su escritora favorita. En algún momento, Rynn recordará el verso “No salgo de casa, salvo que la urgencia me lleve de la mano”.

Así pues, el mundo externo no supone un descanso frente la densa atmósfera del hogar; todo lo contrario: la tensión se vuelve irresoluble.

Finalmente, la otra punta de lanza del terror que embadurna la novela, y uno de los grandes aciertos de esta, es la del personaje de Rynn. Lejos de los clichés del infante o adolescente diabólico de los setenta —encarnado en novelas y películas como “El exorcista”, “La semilla del diablo”, o “Carrie”, estrenadas y publicadas en la misma época que “La chica que vive al final del camino” —, el demonio interno de Rynn se manifiesta a través de una excesiva racionalidad, no necesitada de mecanismos teatrales o expansivos. Verdaderamente, lo terrorífico en ella es que internaliza y acepta su pulsión diabólica con inteligencia y sosiego: no se asusta de sí misma, sino que aprueba y reconoce su reflejo en el cristal.

Los mecanismos estructurales se solidarizan con el clima asfixiante de la novela. Así, “La chica que vive al final del camino” dibuja un rico juego de contrastes reflejado en la tensión entre infancia y adultez; el mundo cosmopolita y libertario frente al rural, más cerrado y jerárquico; o el espacio íntimo, hogareño, frente al externoy público, el cual intenta constantemente invadir al primero.

La prosa del estadounidense es limpia, sobria, aun sin renunciar a ciertos destellos de lirismo (“La noche, una presencia viva, se hallaba en perpetuo movimiento, cambiaba, suspiraba, respiraba”), y las escenas se presentan al lector como desde una cámara cinematográfica, brindando una lectura ágil y amena.

En síntesis: la obra de Koenig invita al lector a reflexionar sobre el trato de los adultos hacia los infantes, adoptando (ignoro cuánto de meditación consciente hubo en esto) un interesante enfoque feminista. Aborda cuestiones delicadas y escalofriantes como la sexualización de las niñas, el acoso callejero, o lo peligroso del grado de influjo que los padres pueden ejercer sobre los infantes.

Es una novela que va calando lentamente, dejando un extraño poso fruto de una mezcla de asombro, ternura y horror. 

BIBLIOGRAFÍA

Koenig, Laird (2023), La chica que vive al final del camino. Traducción de Jon Bilbao.Editorial Impedimenta, Madrid.

Fisher, Mark (2018), Lo raro y lo espeluznante. Traducción de Núria Molines. Editorial Alpha Decay, Barcelona.

Luján Martínez, Horacio (2010), «Lo ominoso» en la ética como construcción literaria de sí mismo. (Sobre Borges y Cortázar en torno de la noción de «figuras éticas»). Acta Poética volumen 31, nº2, Ciudad de México. Recuperado de https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-30822010000200009#notas

Artículo por Inés Belmonte Amorós